Mi profesor de Física Teórica de la universidad siempre decía que, antes que nada, el Universo es elegante. En los últimos años se ha hablado mucho del espacio: Qué es, si está vacío o no, cómo lo concebimos y si nuestra concepción coincide con lo que es realmente el espacio. Los maoríes de Australia se sitúan en el espacio concibiendo siete direcciones: Delante, Detrás, a la Derecha, a la Izquierda, Arriba, Abajo y Dentro, y nosotros hacemos prácticamente lo mismo. Pero el espacio, ¿lo «ocupamos» solamente o la interacción con él es mucho más profunda?
Sabemos que el espacio está vivo. Es un ente por derecho propio. Como ente (un “Ens”) tiene su propio estado y nivel de conciencia, igual que nosotros tenemos nuestro propio estado y nivel de conciencia. Cuando dos estados de conciencia entran en contacto, el resultado es una interacción que, de alguna manera, deja una señal, un rastro, de esa interacción. Esta huella puede traducirse en un cambio, en el estado de conciencia del espacio o en nuestro estado de conciencia, o en ambos. La Física moderna está demostrando lo que ya sabíamos, que todo es vibración.
Toda la materia y el propio tejido del espacio-tiempo se generan por la superposición de las vibraciones fundamentales y de sus armónicos superiores. Por lo tanto, nuestra conciencia, que no está separada de la red del espacio-tiempo, también es, en su esencia, una superposición armónica de vibraciones fundamentales.
Nuestro Universo es fundamentalmente una gran sinfonía armónica y nosotros, con nuestra conciencia, formamos parte de esta melodía.
«Si consideramos la conciencia humana, esta definición tiene un valor real. Implica la idea de una gradual toma de conciencia del desarrollo de la correspondencia de la vida subjetiva con su entorno; nos conduce y eleva, al final, al ideal de una Existencia unificada, una síntesis de todas las líneas de evolución, ya sean unidades de materia (como el átomo químico y físico) o unidades de conciencia como el ser humano.» (La Conciencia del Átomo, p. 17, A. A. Bailey, Ed. Fundación Lucis.)
Como todo es vibración (y la ciencia ha demostrado que la vibración fundamental del Universo, que podemos llamar muy sencillamente cuántica, es de 1026 Hz, es decir, un número que corresponde a un 1 seguido de 26 ceros), incluso cuando Bailey habla de Rayos, está hablando de vibraciones, cada una con su propio modo vibratorio característico, enriquecido con los diversos armónicos superiores. La gran sinfonía universal armoniza todas estas vibraciones. Por ejemplo, un acto volitivo y consciente de nuestra conciencia es una modificación de los modos vibratorios de los armónicos superpuestos que conforman lo que llamamos el «yo consciente».
Pero a fin de que toda la sinfonía mantenga una coherencia armónica, esta modificación (debida al acto de la voluntad) corresponderá a una modificación de los modos vibratorios superpuestos que forman el espacio vital que nos contiene.
La conciencia consciente modifica el espacio. Uno de los efectos macroscópicos más evidentes de este principio es lo que llamamos «telepatía», que, en este contexto de vibraciones, no es más que la propagación de un cambio modal de la superposición armónica de una unidad de conciencia a otra. En consecuencia, nuestra conciencia modifica el espacio y, por la propiedad simétrica típica de los sistemas vibratorios, el espacio modifica nuestra conciencia. La evolución de nuestro estado de conciencia, como la de cualquier otro ente en el espacio, incluido el propio espacio, está determinada por «saltos» de un modo vibratorio a otro. Por ejemplo, una rosa tendrá un estado de conciencia basado en una determinada configuración de vibraciones superpuestas; para un ser humano se aplica lo mismo, pero la configuración vibratoria es diferente; y así para cada ente del Universo.
¿Cómo evolucionar entonces? ¿Cómo pasamos de un estado vibratorio a otro? ¿Cómo elevar y evolucionar nuestro estado de conciencia? Pues, con dedicación y voluntad, con estudio y meditación, para poder lograr la Voluntad de cambiar las vibraciones que forman nuestra unidad de conciencia, como lo describe Bailey.
Como hemos mencionado antes, los Rayos también son vibraciones; así que ahora es fácil comprender lo que realmente significa «convertirse en un imán», en lo concerniente a un rayo. Nuestra conciencia, nuestra sensación de estar relacionados con un determinado Rayo, no es más que un fenómeno de resonancia. Cuando decimos «esta frase, o esta enseñanza, o este propósito me suenan», estamos más próximos de la esencia del asunto de lo que pensamos. Convertirse en un imán de un Rayo es dirigir la propia vibración de conciencia y voluntad hacia el modo vibratorio del Rayo en cuestión. Decir: «Me convierto en un imán de segundo Rayo» equivale a decir «me predispongo voluntariamente a armonizarme con la vibración generadora de este segundo Rayo, porque siento que es la más afín a la esencia de mi estado de conciencia y, por lo tanto, a mis modos vibratorios constitutivos».
Para responder a la pregunta planteada al principio, sí, el espacio es algo más que un vacío que simplemente ocupamos. Es algo vivo y vibrante que no está separado de nosotros porque estamos hechos del mismo tejido de energía oscilante. Shakespeare tenía razón cuando dijo que «estamos hechos de la misma materia que los sueños». Somos sueños, somos belleza y somos Universo, un Universo elegante.
Nota: Este artículo ha sido traducido del original en italiano; consultar aquí.