Al inicio del sexto septenio del Plan, iluminado por su meta principal, la “Nueva Religión Mundial”, sentimos que es importante profundizar juntos en la etimología del término “religión”, porque el redescubrimiento común de este nombre es la base diamantina, sólida y brillante, que puede favorecer cada año la visión de nuevas reflexiones.
Es cierto que en estas páginas ya se puede encontrar un breve esbozo etimológico, introductorio, a la Dirección de “Religión”, que se articula por la «Comunidad» primaria; pero es igualmente cierto que es bello aprovechar la oportunidad del inicio del sexto septenio para ampliar y profundizar en el tema.
Además, aunque no haya duda de que la palabra deriva del latín religio, este sustantivo se origina de diferentes temas verbales; es una cuestión que surgió hace milenios y que se sigue planteando hoy en día, por lo que incluso en los textos de estudio actuales el origen se interpreta de forma diferente. En consecuencia, iremos directamente a las fuentes para dilucidar el meollo de la cuestión.
Cicerón (106 – 43 a. C.), en su De natura deorum, pensaba que «los que reconsideran (retracterent) con cuidado y […] consideran con el pensamiento (relegerent) todo lo que pertenece al culto de los dioses, se denominan religiosos; del verbo “captar con el pensamiento” (ex relegendo) como un elegir elegante (ex eligendo), diligente en el cuidar (ex diligendo), inteligente para comprender (ex intelligendo); de hecho, en todas estas palabras está contenida la fuerza de lěgere (vis legendi), lo mismo que en “religioso”.»
Cicerón identifica, pues, en lěgere, de la tercera conjugación, el verbo fundamental del que derivan una serie de derivados, que adquieren un significado específico en función del prefijo: lěgere tiene el significado —la fuerza (¡Vis!)— de “acoger”, de captar con los ojos y con el pensamiento y, por lo tanto, también de “leer”. Dado que el prefijo re- tiene una función iterativa o repetitiva (o un retorno al estado original), según esta interpretación, religioso (de rělěgo/rělěgěre) sería, por tanto, «quienes continuamente captan» el culto de los dioses (cultum deorum).
Más de tres siglos después, Lactancio (250 – 317 d. C.), escritor cristiano, refuta abiertamente a Cicerón en sus Institutiones divinae: «Por este vínculo de piedad estamos próximos y enlazados (religati) a Dios; de ahí (es decir, de estar enlazados) el nombre de la propia religión (nomen accepit religio) y no, como interpretó Cicerón, de relegere.» Por lo tanto, para Lactancio «nuestra» palabra deriva del verbo religo/religare, ‘unir’, ‘adherir’, compuesto por el prefijo re- con valor intensivo y ligare, de la primera conjugación, que significa ‘atar’, ‘unir’.
A fin de aligerar un poco la lista de estas citas, observamos, con una sonrisa de divertida ternura, que Lactancio en el Renacimiento había sido apodado el «Cicerón cristiano», ¡por la belleza y el vigor de su estilo!
En su De civitate Dei contra Paganos, San Agustín (354 – 430 d. C.) propone una tercera interpretación; a continuación mencionamos casi integralmente la frase porque enfatiza el concepto de una manera sugestiva: «Eligiendo Este [Dio] (Hunc eligentes), o más bien eligiendo de nuevo (vel potius religentes) [lo habíamos perdido por negligencia] (amiseramus enim neglegentes) (…), de donde también se dice que deriva religión (unde et religio dicta perhibetur).» Por lo tanto, para San Agustín, religión tiene su origen en una supuesta tercera conjugación del verbo religo/religere, no registrada en la lengua clásica, que se dice que se originó por la composición del prefijo re- “de nuevo” y el verbo eligere, “elegir”: «elegir de nuevo», con la idea de una elección renovada tras un periodo de descuido.
Podríamos citar otras fuentes, por ejemplo, los escasos y fascinantes versos de Lucrecio y las animadas disertaciones de Tertuliano, ya que la derivación semántica de una palabra que indica una esfera de relaciones considerada tan fundamental por la humanidad ha sido abordada de diversas maneras; pero hemos optado deliberadamente por informar solo las interpretaciones que buscan expresamente el origen del nombre, y dejar fuera toda la crítica moderna, a los estudiosos de la historia y la teología, que se han puesto a favor de uno de ellos.
Nos parece correcto hacer esta selección, tanto por coherencia con el campo de la etimología al que nos dedicamos, como porque sentimos la necesidad de simplificar, de despejar el campo de cualquier hipótesis históricamente fechada y de revestimientos eclesiásticos de cualquier origen, para sacar a la luz la raíz desnuda de esta palabra; en la indagación, nuestro guía es, como casi siempre, Franco Rendich, que en este caso tiende un puente para superar todas las divisiones interpretativas.
Este estudioso propone que el término re-ligio se origina en la raíz indoeuropea *LAG-, que se compone de los siguientes elementos sonoros: “movimiento que sostiene [l] en todas las direcciones [ag]”, “recoger”, “captar”, “conectar”. Recordemos que el sonido ag, del que habría derivado el nombre indoeuropeo Agni, el dios del fuego que originalmente personificaba el relámpago, indica el movimiento en zigzag de la llama. Una única raíz materna habría dado lugar, pues, tanto al verbo rě-lěgěre, “captar”, identificado por Cicerón y recogido con una variante por Agustín, como al verbo re-ligare, “tener un vínculo, unir”, mencionado por Lactancio.
Rendich resume: «(…) Pues bien, dado que el “escrúpulo” que se siente al “acoger” lo divino en uno mismo, (…) corresponde al deseo de “vincularse” a la divinidad (…); se puede concluir que las dos interpretaciones de religio pueden ser sostenidas.» [1]
Es interesante señalar que a partir de la raíz *LAG-, la lengua griega desarrolló palabras como Logos, y la lengua latina dio origen al término lex, ley, que, al surgir del mismo campo semántico, puede entenderse como “conjunto de normas” o como “vínculo garantizado por la ley”.
El reconocimiento de la raíz ígnea unitaria *LAG- permite percibir en la palabra “religión” tanto las vibraciones sonoras del Logos como el llamamiento innato de la in-vocación y la e-vocación —a través del llamamiento de la Voz [2]— y el vínculo con el Principio supremo.
En consecuencia, la palabra “religión”, en la que palpita el parpadeo de la llama, indica en esencia el vínculo cósmico entre los fuegos espaciales, el espíritu universal, que lo unifica todo.
Sus estandartes son la Hermandad y la Comunión: entre los hombres, entre el Cielo y la Tierra, entre los Mundos.
«El Cielo es sagrado. Que lo admitamos o no, es el inspirador de ese sentido religioso que los hombres no conocen, ni pueden renunciar sin marchitarse y caer en la demencia. La sacralidad es verdadera y genuina cuando, sin dejar de ser humilde, apunta a las altísimas regiones celestes; y aunque calle, se expresa en los hechos. Todas las grandes religiones han entendido el Cielo como un símbolo de verdad y comunión; algunas de ellas, quizás más filosóficas, lo consideran como una realidad divina. Más allá de las doctrinas —que dividen y provocan diatribas— está la solemnidad del Cielo, que, aunque no sea legible por la mente racional, es el gran Libro sagrado y unitario.» [3]
Concluimos con un pasaje del Agni Yoga [4]:
(…) Enviamos a los hombres
el mensaje de la nueva religión del espíritu puro.
Él viene; y ustedes, reunidos en busca de la luz,
lleven la piedra preciosa. (…)
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[*] Hoy, como ocurre a intervalos de unos tres meses, se produce la conjunción heliocéntrica entre Mercurio y Neptuno, asociada a la armonía del lenguaje.
[1] Franco Rendich, Dizionario Etimologico comparato delle lingue classiche indoeuropee. Indoeuropeo- Sanscrito-Greco-Latino, Palombi Editori, 2010, pp. 371-372.
[2] Primer Vértice, Le Mete Lontane, Nuova Era, 2017 (Meta 6.1) (libro solo en italiano)
[3] Primer Vértice, Un Nuovo Modello di Spazio, Il Cielo in noi, Nuova Era, 2017, p. 164. (libro solo en italiano)
[4] Hojas del Jardín de Morya I, § 43.