«Narra una leyenda cosmogónica hindú: “Hace mucho tiempo vivía un monstruo terrible que devoraba a los hombres. Un día, estaba persiguiendo a una nueva víctima; entonces, para salvarse, este se zambulló en un lago. El monstruo lo siguió; pero el hombre se subió sobre su espalda y se agarró firmemente a su cresta. El monstruo no podía darse la vuelta, ya que tenía un vientre vulnerable. Entonces, comenzó a correr furiosamente de aquí para allá, para cansar al hombre. Pero surgió en él la idea de que, si persistía en continuar agarrado desesperadamente, salvaría a la humanidad; y con este pensamiento ‘panhumano’ su fuerza se hizo ilimitada e inagotable. Mientras tanto, el monstruo comenzó a correr más rápido, y las llamas que emitía formaban una estela de fuego. Así, en medio del fuego y las llamas, comenzó a levantarse del suelo. El pensamiento universal de ese hombre también elevó al enemigo.
Cuando ven un cometa, los hombres dan las gracias a ese valiente que lucha eternamente, y los pensamientos se elevan para darle nuevas fuerzas, a horcajadas sobre el monstruo. Los hombres blancos, amarillos, rojos y negros piensan en Aquel que hace mucho tiempo se volvió ígneo.”
Acoge la idea primaria de ayudar a la humanidad. Piensa con claridad que lo tuyo no es un acto personal ni colectivo, sino beneficioso en un sentido absoluto. Lo que haces sin límites de tiempo y de espacio tiene el poder de unificar los mundos. Mantén este ígneo pensamiento como guía. […]» [1]
En el primer año del sexto septenio, dedicamos este “encuentro” de etimosofía a la palabra “salvación”, porque es un concepto central de la Meta que marca su cúspide, la Nueva Religión Mundial.
Esta palabra tiene una sublimidad tal como para suscitar cierto sobrecogimiento, primero porque nos proyecta, con un impulso, hacia la idea de la custodia de la Vida, y luego porque su uso predominantemente escrito conserva el perfil cortesano inmortalizado por Dante Alighieri en La Comedia Divina, cuando alude a San Pablo —ese Vaso colmado de gracia— que habría ido al mundo del más allá para buscar sostén en aquella fe, que sería el origen del camino de la salvación.
«(…) Andovvi poi lo Vas d’elezione,
per recarne conforto a quella fede
ch’è principio a la via di salvazione. (…)» [2] (Texto original)
«Entonces, el Vaso, aquel que está colmado de la gracia divina,
fue allí para buscar sostén en esa fe,
que es el origen del camino de la salvación. (…)» [2] (Traducción)
Por consiguiente, exploremos ahora esta palabra poco común, para fomentar una actitud de mayor confianza y comprensión.
Deriva del latín tardío salvatio, «la salvación del alma»; término nacido en el contexto cristiano, en la lengua escrita eclesiástica; también el nombre Jesús deriva del griego Jesús, a través del griego helenístico Iēsus, del arameo Yeshua, que en hebreo es Yĕhoshūa, “Salvador”. Precisamente, este nombre se compone de la partícula Yah, que significa “Dios”, y de yasha, una palabra que expresa “salvación”; literalmente, significa «Dios [es] la salvación». El Evangelio de San Mateo cuenta que el Ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo que María «dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él, de hecho, salvará a su pueblo (…)». [3]
Salvatio deriva de salvare, ‘salvar’, ‘curar’, una forma verbal apenas utilizada en el latín clásico; en cambio, con el sustantivo salus era muy usado, y designaba tanto la salud, la salvación física como la salvación espiritual; y respecto a esta última, con especial referencia a las ceremonias de los Misterios. Por lo tanto, la palabra tenía un significado mucho más amplio que el actualmente utilizado en el castellano; y personificada, incluso indicaba una divinidad, la diosa Salus; se la representaba sentada en un trono, con su mano derecha sosteniendo una bandeja especial utilizada en las ceremonias sagradas, de la que alimentaba a una serpiente cuyas espiras rodeaban el altar.
La raíz indoeuropea original es *SAL-, que expresa la idea de integridad, totalidad, interrelación; algunos lingüistas también relacionan con ella la palabra “sólido”, con el sentido de entero, de totalidad. Derivan de esta raíz el sánscrito sarvas, ‘todo’, ‘entero’; sarvatati, ‘integridad’, ‘incolumidad’; el griego olòs, de sòlϝos (con espíritu áspero inicial que sustituye a la “s” original y con la caída de la digamma intervocálica. Digamma (Ϝ, ϝ) es una letra obsoleta del alfabeto griego y tiene un valor numérico de 6 (ϝʹ), ‘entero’.). Es interesante observar que el griego también desarrolló el término sotér, ‘salvador’, a partir de la misma raíz *SAL-, junto con el más antiguo olòs, ‘entero’.
En inglés, también deriva de esta misma raíz dos términos con significados similares, pero con matices diferentes: whole, ‘entero’, y safe, ‘salvo’, este posteriormente.
Señalemos aquí de manera concisa que la soteriología (de la composición de los términos griegos sotería, ‘salvación’ y ‘logos’) o la «doctrina de la salvación» es primordial en cualquier manifestación de la espiritualidad, desde los orígenes del llamado «pensamiento mágico» hasta los rituales mistéricos y los diversos sistemas filosófico-religiosos del planeta.
En el lenguaje del cristianismo, el término “salvación” ha prevalecido para indicar la misión de ayudar al hombre para reencontrarse con lo divino —mientras que el concepto de liberación del pecado afirmado en ciertas interpretaciones luteranas y católicas, en disputa entre ellas, es reduccionista—. La palabra «salvación» ha sido reintroducida en la esfera teosófica para reafirmar su grandioso significado, para distinguirlo de las acepciones reduccionistas del término “salvación”/salus, contaminadas por los diversos partidismos.
Queremos destacar la importancia de haber descubierto que el núcleo de esta palabra expresa, etimológicamente, la idea primaria de totalidad, de «ser uno», porque esta visión sintética nos ofrece la clave para orientarnos en la comprensión del concepto, al igual que nos lo ofrece el pensamiento “panhumano” y la unificación de los mundos, expresada con inmediatez por la leyenda expuesta al principio.
La idea de salvación se revela de forma sorprendente en el movimiento evolutivo de Piscis: «Abandono el hogar del Padre; y al volver, estoy salvo», que expresa sucintamente la gran epopeya del Hombre, desde la renuncia a la vida de la Mónada o Unidad espiritual, su patria (“el hogar del Padre”) para luego hundirse en la densidad de la materia, hasta la renuncia salvífica de la forma y de la personalidad, a fin de reunirse con Aquel que lo emanó. «(…) Este es el clímax de Piscis. Los Señores de la Voluntad y del Sacrificio se manifiestan, renunciando a sus altos niveles y a las oportunidades de los planos superiores de la creación, para redimir la materia y elevar las vidas a las que dotan de sus propias características (las Jerarquías creadoras inferiores); elevarlas a su propio estado, como cuarta Jerarquía creadora. Este es el propósito subjetivo detrás del sacrificio de esas Vidas divinas que, en esencia, somos nosotros, cualificadas por el conocimiento, el amor y la voluntad, y animadas por una devoción perseverante y continua. Quieren la muerte de la forma, en el sentido oculto, y por lo tanto liberar las vidas allí aprisionadas, elevándolas a estados superiores de conciencia. (…)» [4]
Estas líneas expresan el ideal de la Hermandad, que aquí se expande desde el concepto de colaboración y solidaridad en el seno de la Humanidad Una hasta el inmenso concepto del apoyo a la Vida entre todos los mundos y todos los reinos, desde el más ínfimo hasta el más excelso.
Un pensador ilustrado escribe: «(…) el cuarto reino, el humano, es doble, pues el hombre es a la vez alma y animal. Por lo tanto, él reacciona al tercer y cuarto reino. Está a caballo entre uno y otro, pero es más correcto decir que está en la cruz. Esta condición especial define su función, su razón de ser, su magisterio: escucha tanto las voces excitadas de los reinos inferiores como el murmullo del mundo de las Ideas. (…) Debido a las correspondencias divinas entre lo alto y lo bajo, no existe nada que no sea espiritual. (…)» [5]
La salvación indica, pues, el papel de la plena dignidad humana, la plena autoconciencia de los mundos de los que es expresión y la consiguiente comprensión de la idea de hermandad universal; también podemos aceptar el concepto como un llamamiento a la dedicación total a este magisterio que nos interpela y llama, a esta responsabilidad espiritual que nos corresponde como Hombres, la cuarta Jerarquía creadora. [6]
En síntesis, el Hombre, al tomar conciencia de su propia naturaleza, se esfuerza por penetrar en el misterio de la Realidad, y reconoce su principio vital unitario; y en este anhelo atrae hacia sí a los tres reinos de la naturaleza que son sus hermanos menores, en sí mismo y en la manifestación externa, expresando la obra de salvación que le es propia y que solo él puede ejercer como intermediario entre el Cielo y la Tierra.
Recordemos también que el mantrika shakti, el «Verbo encarnado», la energía espacial del Lenguaje, está adscrito a la Cuarta Jerarquía creadora, y que este término (en sánscrito significa «pensar”) —sonido conservado en alemán e inglés para indicar el “hombre”— proviene de la composición entre el fonema m, que expresa la idea de “correlación” y el fonema an, que expresa la idea de aliento vital, de alma. El Hombre, el Pensador, es «el aliento de la correlación entre los mundos». Solo cuando el hombre tiene una percepción de la totalidad y de la unidad de lo Real, puede tomar verdadera conciencia de su papel salvífico como “correlación”, como intermediario.
Por consiguiente, el concepto opuesto al de salvación no es el de “perdición”, como podría pensarse superficialmente, sino el de “separación”. El ejercicio de observar conscientemente nuestras propias actitudes puede actuar como una prueba de fuego de la comprensión adquirida en el peregrinaje por el camino de la salvación, una idea poderosa que en el fondo nos conquista, nos atrae y nos ilumina por su carácter inclusivo, llamándonos a los hombres a pensar desde el amor para colaborar con el plan divino.
Vinculado al concepto de salvación está también el de liberación, que igualmente tiene un significado muy amplio, pero que en primera instancia, en este contexto, puede entenderse como la liberación de las limitaciones de las experiencias en la sustancia más densa, en el camino animado por el fuego de manas, o mente abstracta, en resonancia con los mundos de los Hermanos mayores.
Concluimos con dos pasajes del Agni Yoga:
Cuando el hombre comprenda que el Universo es una unidad, su obra constructiva se hará cósmica. Su tarea principal es, de hecho, unir el mundo de la sustancia y del espíritu entre sí. (…) [7]
(…) En todas partes es necesario invitar a la unión de las conciencias, que es la introducción más sencilla a la vida del corazón. No es magia, sino que es una ley física, que puede tejer una red de salvación alrededor del planeta. Cualquiera que siga la ley del Ser puede considerarse con razón un ciudadano del Universo. [8]
Hoy, como ocurre en intervalos de unos tres meses, se produce la conjunción heliocéntrica entre Mercurio y Neptuno, que está asociada a la armonía del lenguaje.
[1] La Comunidad de la Nueva Era, § 137, Agni Yoga (La cursiva es del autor.)
[2] La Comedia Divina, Infierno, II, vv. 28-30.
[3] San Mateo, I, 21 (La cursiva es del autor.)
[4] Astrología Esotérica, A. A. Bailey, pp. 97-8, Ed. Fundación Lucis; vers. ingl. pp. 116-7.
[5] L’Uomo sulla Terra e nel Cielo, Enzio Savoini, Ed. Nuova Era, 2020, pp. 165-6.
[6] «La Cuarta Jerarquía: Este es el grupo en el que se halla el aspecto más elevado del hombre, su “Padre en el Cielo”. Estas vidas son los puntos de fuego que han de convertirse en una llama; esto sucede con la intervención de la quinta Jerarquía y las cuatro mechas, es decir, de las dos dobles jerarquías inferiores. En lo concerniente al hombre, se puede ver, por lo tanto, que la cuarta, quinta, sexta y séptima Jerarquías son, durante el ciclo de la encarnación, su propio yo. Son los “Señores del Sacrificio” y los “Señores del Amor”, la flor de Atma-buddhi.» (Astrología Esotérica, A. A. Bailey, p. 44, Ed. Fundación Lucis; vers. ingl. p. 42)
[7] Infinito, I, § 360, Agni Yoga.
[8] Corazón, § 150, Agni Yoga.