A lo largo del Sendero, el hombre aprende a gobernar sus pensamientos, que constituyen su esencia, más allá de la “máscara” con la que se presenta al mundo para alcanzar el éxito y el amor. “Como un hombre piensa en su corazón así es él”, afirma un dicho de la Antigua Sabiduría; esto confirma que la evolución interior va de la mano con el progresivo refinamiento del mundo emocional y mental.
Otros aforismos antiguos hacen hincapié en la función creadora del pensamiento:
- Todo es mente.
- El Pensamiento domina la materia.
- La energía fluye allí donde va la atención.
- La Mente precede a las cosas, las domina, las crea.
- La atención cambia el valor del objeto.
Son nuestros pensamientos y sentimientos recurrentes los que forman el “aura” que rodea nuestro cuerpo físico-etérico, y es la mayor o menor armonía y belleza de estos lo que los demás perciben en nosotros como vibración energética; esto puede asumir la coloración de “vitalidad”, de “simpatía”, de “disponibilidad”, o, por el contrario, de indiferencia, apatía, egoísmo.
El aura de nuestro planeta, formada por las emanaciones de las mentes de todos sus habitantes, está visiblemente contaminada de egoísmo. Esta comprensión, en lugar de bloquearnos ante el primer sentimiento de impotencia, puede llevarnos a reconocer nuestra posibilidad de cooperar con la Hermandad que, con sabia previsión y superior benevolencia, vela por el avance del Planeta; nuestra actividad primordial debe llevarse a cabo en el nivel del Pensamiento, que irradia en el todo y lo crea todo.
«(…) El pensamiento debe estar activo. Cuando uno es igualmente creativo, su fuerza es indispensable. No existe evolución sin pensamiento. Si en los mundos sutil y del Fuego —que se hallan tan próximos—, eso lo mueve todo, no es difícil reconocer su preeminencia. En el infinito, grandes espirales, ciclos enteros de pensamiento están esforzándose por manifestar. El objeto material más significativo es una transformación del pensamiento. ¿Por qué no se podría repetir el mismo proceso en el Espacio, a mayor escala? El pensamiento es Fuego, y es generado por el vórtice y la explosión creadora. El pensamiento es Luz e irradiación. Por lo tanto, uno debe venerar el Pensamiento ígneo.» (Mundo del Fuego III, § 600, Agni Yoga)
Nuestra tarea como seres humanos, que se preocupan por su propia evolución y la de los demás, es, consecuentemente, convertirnos en pensadores eficaces, fuertes y amorosos. Con la energía del pensamiento purificado y dirigido seremos capaces de crear formas de pensamiento que reflejen los ideales superiores de la forma más avanzada posible para nuestro nivel evolutivo; podemos convertirnos así en mediadores de conciencia, que, apoyados por grupos de mentes creadoras enfocadas, pueden ayudar a precipitar en la Tierra Proyectos de Luz.
«Sea cual sea la importancia de tus otras ocupaciones o actividades, no olvides nunca que lo esencial para tu futuro es el trabajo con el pensamiento. Es a través de eso que cada día te aproximarás más al ideal al que aspiras (…); es en el pensamiento que siempre hay algo más por descubrir y por comprender.» (Pensamientos cotidianos, Omraam Mikhaël Aïvanhov)
Con el pensamiento de muchos, poco a poco se ha ido conformando el mundo en que vivimos; cambiando el signo de la misma energía, podremos cambiar la realidad.
Es necesario que «los que han comprendido» trabajen para:
- difundir la realidad del hecho de que “el pensamiento crea” y de que “la realidad es un pensamiento concretado”;
- sostener que “cada uno es un creador de la realidad” y, como tal, es responsable de los pensamientos que refinan o contaminan el aura energética del planeta;
- dirigir el pensamiento dando atención y fuerza a todo lo que produce Belleza y Evolución, y negándolo a todo lo que trabaja con indiferencia y estancamiento.
Es maravillosa la síntesis profética de Aurobindo sobre las posibilidades que le esperan a la humanidad despierta del futuro:
Me convierto en lo que veo en mí mismo.
Puedo hacer lo que el pensamiento me sugiere.
Puedo convertirme en lo que el pensamiento me revela.
Esta debería ser la fe inquebrantable del hombre en sí mismo,
porque Dios habita en él.