Hay un vínculo magnético que une a Mercurio (4.o Rayo) con Venus (5.o Rayo), un vínculo que lleva a la Mente iluminada y a la Mente amorosa a entrelazarse tan profundamente como para delinear esa unidad sintética entre la Realidad y la forma, entre el Ser y el devenir, entre el Uno y lo múltiple que revela, en un juego de infinitas simetrías, la red de la Manifestación. (1)
«(…) el Cuatro, al ser el centro, el señor de las simetrías, no puede hacer nada si el Cinco no las revela prestándole el dualismo. Así pues, el dualismo, que podría considerarse como una energía que engaña, visto desde el umbral del Templo, es en cambio una energía que expresa. ¡Y cómo podríamos admirar las armonías y las simetrías que el Cuatro compone si el Cinco con su dualismo no las representara!» (2)
El mito, la poderosa voz de lo eterno, nos recuerda que Mercurio y Venus dieron a luz a Hermafrodita, que, el único dentro de la mitología griega, participaba de ambos géneros sexuales al mismo tiempo.
«Pues bien, Mercurio se llama Hermes y Venus se llama Afrodita y, por consiguiente, su conjunción en el hombre en el plano psicofísico le da el nombre de Hermafrodita, o Andrógino. Sin embargo, el hombre absolutamente espiritual está totalmente desligado del sexo.» (3)
Otras fuentes, como Publio Ovidio Naso, hablan del bellísimo Hermafrodita que inflamó de amor a la ninfa Salmace; pero ella fue rechazada por el joven. La ninfa esperó a que el muchacho se bañara en un lago para abrazarlo, ciñéndose a él fuertemente rogó a Zeus que pudiera unirse para siempre a su amado y no separarse nunca de él. Su ardiente deseo fue concedido y los dos se convirtieron en un solo cuerpo de ambos sexos.
Esta figura mitológica, además de las sugerencias que ven en la copresencia de los sexos en una sola criatura el poder de la fecundidad, recuerda la figura del hombre perfecto que ha sabido unir en sí mismo los aspectos humano y divino y representa la coincidentia oppositorum, la unión perfecta de los contrarios, esa unidad redescubierta que hace del hombre un ciudadano tanto de la tierra como del cielo, de la que también se hace eco la narración que encontramos en el Simposio de Platón. (4)
Esta «nostalgia de la totalidad» o «nostalgia del Uno» impulsa al hombre a una búsqueda: la mente y el corazón se tienden juntos para recuperar la unidad perdida y, paso a paso, reconstruir interiormente ese jardín de belleza perfecta donde caen todas las separaciones y puede brillar la Unión; una unión que, como confirma una vez más el mito, tiene como otra imagen la de Ouroboros, la serpiente que se enrosca sobre sí misma en forma de círculo y que, como un Hermafrodita, representa la plenitud, el globo universal, el Todo que se revela a través de una forma perfecta.
Siguiendo la pista de Madame Blavatsky, vemos entonces otro aspecto de la figura del Hermafrodita, a saber, esa dualidad original masculino-femenino en una única expresión luminosa que caracterizaba muchas de las antiguas representaciones de la deidad y expresaba así la completitud y totalidad del Uno:
«El Hermafrodita se encuentra en las escrituras y tradiciones de casi todas las naciones; ¿por qué tanta unanimidad, si el cuento es solo fantasía? (…)
He aquí el testigo indestructible de la evolución de las razas humanas a partir de la raza divina y en particular de la Raza Andrógina: ¡La Esfinge de Egipto, el Enigma de los Siglos! La Sabiduría Divina encarnada en la Tierra, obligada a probar el fruto amargo de la experiencia personal del dolor y la aflicción, generada solo bajo la sombra del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, un secreto antes solo conocido por los Elohim, los Autoiniciados, los «Dioses superiores». En el Libro de Enoch tenemos a Adán, el primer andrógino divino, separándose en hombre y mujer, y convirtiéndose en Jah-Heva en una forma o Raza; y en la otra forma o Raza, Caín y Abel —varón y hembra— el Jehová bisexual, un eco de su prototipo ario, Brahmâ-Vach.
Después vienen la Tercera y la Cuarta Razas de la humanidad, las Razas de hombres y mujeres, los individuos de sexos opuestos, ya no semiespíritus sin sexo o Andróginos, como eran las dos Razas anteriores. Se puede encontrar una alusión a este hecho en todas las Antropogonías, en las fábulas y las alegorías, en los mitos y las escrituras reveladas, en las leyendas y las tradiciones. Pues de todos los grandes Misterios heredados por los Iniciados desde la más remota antigüedad, este es uno de los más grandes. Explica el elemento bisexual que se encuentra en toda deidad creadora, en Brahmâ-Virâj-Vâch como en Adán-Jehovah-Evah y en Caín-Jehovah-Abel. (…)
El «Hermafrodita Divino» es, pues, Brahmâ-Vâch-Virâj; y el de los semitas, o más bien el de los judíos, es Jehová-Cain-Abel.
(…) Pero hay mitos que hablan por sí solos. En esta clase podemos incluir a los primeros creadores bisexuales de toda la Cosmogonía. El Zeus griego Zên (el Éter) y Chthonia (la Tierra Caótica) y Metis (el Agua), sus esposas; Osiris e Isis-Latona, de los cuales el primero también representa el Æther, la primera emanación de la deidad suprema, Amón, la fuente primordial de la Luz; la Diosa de la Tierra y el Agua juntos; Mitra, el Dios nacido de la roca, el símbolo del Fuego Masculino del Mundo, o la Luz Primordial personificada, y Mitra, la Diosa del Fuego, a la vez su madre y su esposa, el elemento puro del Fuego (el principio activo, o masculino) visto como la luz y el calor, en conjunción con la Tierra y el Agua, o la Materia (los elementos pasivos o femeninos de la generación cósmica). Todas estas son reminiscencias del Hermafrodita divino primordial.» (5)
La figura del Hermafrodita también prefigura el cumplimiento de la futura unión entre la evolución humana y la dévica.
En la actualidad, ambos desarrollos solo están yuxtapuestos y no fusionados, es decir: «En los tres mundos, las dos líneas de evolución proceden paralelamente y no es necesario unificarlas conscientemente. En los planos de la Tríada se reconocen como una unidad que produce el Hermafrodita Divino u el Hombre Celeste en el que las unidades autoconscientes humanas encarnan los tres aspectos de la divinidad, mientras que las unidades conscientes dévicas encarnan los atributos divinos. Ambas, unidas, forman el cuerpo de manifestación, los centros y la sustancia del Hombre Celeste.» (6)
«Es en el reino vegetal donde se produce uno de los primeros acercamientos temporales entre la Mónada humana y la Mónada dévica, ambas en evolución. Las dos evoluciones paralelas se tocan en este reino y luego cada una reanuda su propio camino. Luego encontrarán otro punto de contacto en el cuarto nivel búdico y la fusión final en el segundo.» (7)
«Además, las dos grandes evoluciones (humana y dévica) encuentran su unidad en el plano búdico y fracciones de ambas Jerarquías se unen y fusionan para formar el cuerpo del Hermafrodita divino. Inicialmente, en ciertos puntos determinados, las dos Jerarquías pueden aproximarse temporalmente. En el plano búdico se produce la alianza definitiva y permanente.» (8)
Esta gloria futura ve al Uno brillar en la plenitud de su poder también a través de sus partes que, tras el viaje evolutivo, pueden ayudar a reconstruir su tejido sustancial con Inteligencia y Amor.
El Hermafrodita Divino es precisamente este gran Ser, planetario y solar y cósmico, que en sí mismo manifiesta el par de opuestos y en esta unidad divina garantiza la fecundación y la generación del mundo manifestado.
La Vida y el Espacio, el Padre y la Madre, se unen, aunque nunca habían estado separados, en la plenitud de su poder manifestador; se funden en el Fuego Uno que es la imagen de la infinita capacidad creadora del Absoluto; se entrelazan y con ellos todas las criaturas vivas en su aliento, en un abrazo de Luz (consultar La Luz I y la Luz II).
«Cuando el Padre se acerca a la Madre, lo que será toma forma. La unión de los dos oculta el verdadero misterio de la Existencia. Cuando los dos grandes Devas se buscan, cuando se encuentran y se unen, se cumple la promesa de la vida. (…) He aquí la clave del matrimonio místico; al estudiante de ocultismo puede revelarle mucho el estudio de este par de opuestos, le conducirá a la revelación del proceso (en el tiempo y en el espacio) por el que tiene lugar esta unión y su consiguiente resultado, la creación del Hermafrodita divino en Su plano.» (9)
Esta gloria triunfante se concibe también como el fruto de la participación humana consciente en la construcción del Templo cósmico y encuentra en las energías de Mercurio y Venus el fuego necesario para esta hazaña de Comunión, sabiendo muy bien que la «Inteligencia suprema y el Corazón perfecto son una misma fuente». (10)
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Notas:
- Hoy celebramos, para la visión heliocéntrica, la conjunción entre Mercurio, el Señor de la Armonía y de la Belleza, y Venus, la Señora de la Proporción Áurea, en el primer Sector de Escorpio. En esta ocasión vibra la Fórmula «Me sincronizo con la Armonía jerárquica», instando a todos a elevar su conciencia, en la Luz del Amor, para unirse a la de los Maestros.
2. Commenti a I misteri, E. Savoini; texto inédito.
3. La Doctrina Secreta, “Antropogénesis”, Helena P. Blavatsky.
4. – En el Simposio, Platón hace que el dramaturgo Aristófanes hable de la existencia de un tercer género que participa de ambos sexos. Este género no era hijo del Sol como los hombres, ni hijo de la Tierra como las mujeres, sino hijo de la Luna. El mito cuenta que la autosuficiencia completa hizo a los humanos tan arrogantes que imaginaron escalar el Monte Olimpo, por lo que Zeus se vio obligado a separar a cada uno de ellos en dos mitades, una masculina y la otra femenina.
5. La Doctrina Secreta, “Antropogénesis”, Helena P. Blavatsky.
6. Tratado sobre el Fuego Cósmico, Alice A. Bailey; vers. ingl. p. 663.
7. Ídem, p. 590
8. Ídem, p. 329
9. Ídem, pp. 671-2
10. Infinito I,§ 300, Agni Yoga.