La Cuna de la Memoria

[Artículo de Luca C.]

La Cuna de la Conciencia

 Tengo una visión de los caminos musicales que atraviesan todos los tiempos. Y los hombres que los han recorrido han dejado un rastro de canciones por todas partes; y esas huellas, remontándolas en el tiempo y en el espacio, conducen a un rincón de la sabana africana donde el Primer Hombre cantó a pleno pulmón el verso inicial de la Canción del Mundo: “Yo Soy”.

“Los Senderos de las Canciones”, Bruce Chatwin

Y esa canción aún resuena, aquí en la Tierra y en todo el Universo.

¡Yo Soy!

La Conciencia implica ser consciente, la subjetividad, la experiencia fenoménica del mundo interno y externo. La Conciencia implica un sentido del “yo”, de los sentimientos; implica una elección consciente y, si cerramos los ojos, la conciencia nos permite construir un mundo de imágenes interiores asombrosas. Pero lo que realmente es la Conciencia para la ciencia sigue siendo un maravilloso misterio. En un intento por desentrañar los mecanismos subyacentes a la Naturaleza, la Física moderna ha desarrollado teorías para empezar a responder a la pregunta sobre el origen de la Conciencia. Como ocurre cada vez más a menudo, una sola rama del conocimiento no es suficiente para investigar temas tan profundos y esenciales. Por esta razón, la Física debe dialogar con otras las áreas del saber, como la microbiología celular, la antropología cultural, etc. Las ciencias “duras” (las así definidas, como las Matemáticas y la Física) se encuentran con las ciencias humanísticas, como siempre ocurrió en la Antigüedad y como debe seguir ocurriendo hoy. Por lo tanto, es normal que un anestesista (que sabe un par de cosas sobre la suspensión y el restablecimiento de la conciencia despierta) tenga algunas teorías muy interesantes y hable sobre estas ideas con uno de los físicos vivos más iluminados de nuestro tiempo y que de este diálogo insólito surja una teoría extraordinaria sobre el origen de la Conciencia que incluye la Mecánica Cuántica, la estructura microcelular del cerebro y la estructura de todo el Universo. Es de esta teoría de la que hablaremos aquí, pero también de algo más que amplía y enriquece el contexto y la visión en la que nació esta teoría.

El cielo es cristalino y la noche oscura y estrellada. Aquel mismo ser humano, el primero [1], que inició el canto y la danza de la humanidad, levantó los ojos al cielo y, embargado por la emoción, acogió en sí aquella belleza primordial, iniciando un paso a dos, un ballet en aquel entretejido relacional del Espíritu Cósmico y la Forma de la materia.

¡Yo soy!

Aquí esta relación se convierte en Conciencia y ese ser humano entre las estrellas del cielo ve figuras y crea mitos inspirados por una Conciencia superior. La extraordinaria peculiaridad es que todos los seres humanos que han mirado esos puntos brillantes en el cielo han creado los mismos mitos en toda la Tierra; aunque con diferentes nombres y diferentes intérpretes, la mitología inspirada por esta “Conciencia Superior” es siempre la misma, incluso entre pueblos que nunca han entrado en contacto entre sí. [2]

Pasan los siglos y la humanidad sigue cantando y bailando; y a algunas de estas canciones empezamos a llamarlas “ciencia”; y con la fuerza de estas melodías nuestro impulso innato de saber crece cada vez más; y con un gran salto llegamos en los años ochenta a un lugar lleno de mitos y leyendas.

De hecho, nos encontramos en Inglaterra, en el condado de Nottingham, donde un biólogo llamado Rupert Sheldrake tiene una visión esclarecedora. Estudiando los procesos naturales de los seres vivos, se pregunta: «¿Y si la memoria en lugar de ser un mecanismo exclusivamente bioquímico del cerebro es algo propio de la Naturaleza?»

Del mismo modo que la Física ya se ha dado cuenta de que el Espacio y el Tiempo son aspectos del campo gravitatorio, Sheldrake se pregunta si la memoria no sería un aspecto —una característica ampliada— de la Naturaleza. La hipótesis es fascinante y a partir de ella comienza a construir una teoría que causó gran división en la ciencia de la época; En aquella época, era extremadamente difícil transmitir ideas que no se ajustaran a la “corriente dominante” de la ciencia en todos los aspectos.

En resumen, la teoría de Sheldrake, que recibe el nombre de “resonancia mórfica”, consideraría que el cerebro es más un receptor de radio que un registrador de acontecimientos.

Los recuerdos no se almacenan en el cerebro: es el cerebro el que se “sintoniza” con ellos. Según Sheldrake, los rastros de la memoria en el cerebro son escurridizos y difíciles de identificar simplemente porque no están ahí.

Por ejemplo, según la teoría de la resonancia mórfica, cuando alguien aprende algo nuevo, muchas otras personas aprenden lo mismo cada vez con más facilidad. Según Sheldrake, la resonancia mórfica no solo afecta a los seres vivos: por ejemplo, cuando un nuevo cristal de una sustancia química aparece por primera vez en la naturaleza y se reproduce una y otra vez, tenderá a formarse cada vez más fácilmente en cualquier lugar del planeta. Esto se debe, siempre según Sheldrake, a que la naturaleza de las cosas depende de un campo que él denominó “campo mórfico”.

Este campo, como los estudiados en Física, es una región de influencia que se expande en el Espacio y en el Tiempo. El campo se sitúa cerca y dentro de los sistemas que el propio campo “organiza”. Cuando uno de estos sistemas deja de existir, como cuando se derrite un copo de nieve o muere un animal, su campo organizador desaparece de esa porción concreta del espaciotiempo, pero, en cierto sentido, el campo mórfico no desaparece en todas partes; de hecho, se trata de un modelo de influencia que puede reaparecer de nuevo y de forma espontánea en otro lugar y en otro momento (no necesariamente futuro; pero no nos ocuparemos de eso aquí) cuando se den las condiciones físicas adecuadas. Cuando esto ocurre, el nuevo campo mórfico contendrá en su interior la Memoria de la existencia física pasada.

El proceso por el que encontramos información del pasado dentro del nuevo campo mórfico se denomina “Resonancia Mórfica”. [3] La resonancia mórfica vehiculiza la transmisión de la información tanto a través del Espacio como del Tiempo. La memoria dentro del campo de resonancia es acumulativa, por eso las cosas resultan cada vez más fáciles con la repetición. Está claro por qué una teoría de este tipo despertó una gran desconfianza en los círculos científicos ortodoxos en la década de 1980 y sigue haciéndolo si no se integra en marcos teóricos más amplios y científicamente más sólidos. La idea de una memoria compartida, de una mente extendida, que une todo, animado o no, en el Universo es fascinante, pero necesita una base conceptual sólida para que sea asumida por un amplio público de investigadores.

Con el objetivo de construir esta base, volvamos al principio, a esa charla entre el anestesista y el físico. Seguimos en Inglaterra y todavía estamos a finales de los años ochenta, pero pasamos de Nottingham a Oxford. Aquí, Roger Penrose, un Premio Nobel de Física (en aquella época aún no sabía que le concederían este honor) recibe la visita de un estadounidense de Búfalo, un anestesista que enseña en la Universidad de Arizona e investiga sobre los estados suspendidos de conciencia. Este estadounidense se llama Stuart Hameroff y tiene una idea en la cabeza y para ponerla a prueba necesita hablar con un físico lo suficientemente abierto de mente como para no rechazar inmediatamente algo poco ortodoxo. Por esta razón eligió a Penrose, el hombre que se propuso estudiar los agujeros negros cuando nadie creía en su existencia (recibió el Premio Nobel por estos estudios que realizó con su alumno y colaborador Stephen Hawking).

La idea que subyace a esta inusual colaboración es que existe una conexión entre los procesos biomoleculares del cerebro y la estructura del Universo. La Neurociencia y la Física se encuentran, y a principios de los años noventa del siglo XX se publicó un artículo [4] de Hameroff-Penrose que iba a causar revuelo —y de nuevo escepticismo—. En este artículo se postula una teoría sobre el origen de la Conciencia, una Conciencia parcialmente extendida y universal; pero contrariamente a lo que había hecho Sheldrake, aquí se utilizan nociones científicas más que establecidas. Por consecuencia, el artículo es muy técnico y no está al alcance de todo el mundo; se apoya en los fundamentos de la Mecánica Cuántica y la Relatividad General, por un lado, y en la microbiología celular del cerebro, por el otro.

Veamos lo que dice, primero utilizando un lenguaje algo difícil (no es necesario entenderlo para comprender el concepto básico) y luego yendo más sencillamente a la esencia de la tesis Hameroff-Penrose. La idea es que la Conciencia depende de procesos cuánticos coherentes y se mantiene como tal mediante una “orquestación” biológica. Estos procesos «orquestados» tendrían su origen en un conjunto de estructuras intracelulares particulares de las neuronas del cerebro, unas estructuras proteicas denominadas “microtúbulos”. Dentro de estos microtúbulos, estos procesos cuánticos correlacionan y regulan la actividad sináptica de las neuronas y la actividad celular “membranosa”. La evolución continua de estos procesos, según la ecuación de onda de Shrödinger, termina de acuerdo con el esquema específico (Diosi-Penrose [5]) de “Reducción Objetiva” [6] del estado cuántico. Se teoriza que esta actividad continua de colapso orquestado de la función de onda (Reducción Objetiva Orquestada, abreviada como Orch OR que da el nombre a la teoría de Hameroff-Penrose) está en el origen de los momentos de lo que llamamos “ser consciente” que forma la Conciencia.

Como hemos dicho antes, todo esto es muy difícil de comprender; pero lo importante es entender que aquí el origen de la Conciencia está ligado a la correlación entre la geometría del Universo que determina la decoherencia de los procesos cuánticos y la estructura microcelular del cerebro. Según Hameroff-Penrose, la Conciencia surge así de la relación entre la estructura geométrica del Universo y la estructura microcelular del cerebro. Al igual que Sheldrake, tenemos un escenario colectivo que se halla en el origen de la Conciencia. Dicho con otras palabras, Hameroff-Penrose, según su teoría, postulan que en el origen de la Conciencia hay impulsos o “acontecimientos” físicos discretos; tales entidades están continuamente presentes en el Universo como acontecimientos “protoconscientes” (véase la nota 4); Estas actúan en el parte integrante y de acuerdo con leyes físicas precisas que aún no se comprenden del todo. En todo esto, la Biología ha dispuesto, a través de la evolución, un mecanismo para sintonizar y orquestar estos acontecimientos y correlacionarlos con la actividad neuronal; y es esta correlación la que subyacería a los momentos de “ser consciente” y de Conciencia.

Además de la mente extendida de Sheldrake, aquí también reconocemos las simientes de lo que C. G. Jung llamó el “Inconsciente Colectivo”. De nuevo, todo nos dice que en la esencia de la Conciencia hay una correlación, una correlación entre entidades más «energéticas, espirituales» y entidades más «materiales, de forma».

¡Yo soy!

El canto primordial sigue vibrando en nuestras conciencias. Seguimos alzando los ojos al cielo y dejándonos invadir por esa misma belleza que maravilló a aquel primer ser humano. Seguimos bailando y contando historias, compartiendo entre todos la Memoria y la Conciencia de todo el Universo. En aquella sabana africana nació algo que sigue desarrollándose hoy.

¡Yo soy!

La Consciencia implica ser consciente; y cuando lleguemos acumular lo suficiente de este tipo de conciencia seremos la cuna de una Consciencia superior de inimaginable trascendencia.

¡Todo es maravilla!


Notas:

[1] El concepto del primer hombre es presentado por la Filosofía Esotérica como Manú; y el Manú-raíz es el iniciador de una de las siete Razas o Ciclos de Manifestación del Ser y de la Conciencia Planetaria de la que formamos parte: «Manú: Nombre representativo del gran Ser Regente, primer progenitor y líder de la humanidad. (Derivado de la raíz sánscrita ‘man’, pensar» (Iniciación Humana y Solar, A. A. Bailey; vers. ingl. p. 221)

[2] La magnífica aventura de la mitología se relata en el libro “El molino de Hamlet”, de Santillana y von Dechend.

[3] Quienes deseen saber más sobre este tema tan interesante pueden leer el libro de Rupert Sheldrake: “The Presence of the Past: Morphic Resonance and the Habit of Nature” Ed. Icon Book 1988

[4] El artículo en cuestión es “Consciousness in the Universe. A review of the Orch OR theory” de Stuart Hameroff y Roger Penrose 1990. Ed. ScienceDirect.

[5] Aquí las cosas se complican de verdad. Según el modelo Diosi-Penrose, el colapso de la función de onda de un estado cuántico con su pérdida de coherencia asociada se debería a un efecto gravitatorio. Así, la geometría del espacio afecta a la coherencia de un sistema cuántico. Para detalles muy técnicos, véase: https://en.wikipedia.org/wiki/Diósi–Penrose_model

[6] Es lo mismo que decir “colapso de la función de onda” o pérdida de coherencia cuántica.

Otros documentos relacionados con este tema son: Del Número, El Número y las Mónadas, Real e Irreal, El Sonido Creador, La Luz, Primera Parte, La Luz, Segunda Parte, El Espacio, El Magnetismo, La Orquesta Solar. Para acceder a más documentos, pulsar aquí.


 

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