En el lenguaje común, los términos «conocimiento», «sapiencia » y «sabiduría» se utilizan a menudo como sinónimos, perdiendo así la sutil pero significativa diferencia que los distingue.
Siguiendo las sugerencias que nos llegan del étimo (1) de estas palabras, descubrimos que conocimiento es la comprensión de los hechos obtenida a través de la experiencia y la consiguiente reflexión sobre ella; «sapiencia» evoca la idea de tener sabor y olor, por lo que está relacionada con el «jugo», el destilado, del conocimiento; la «sabiduría», por último, estrechamente relacionada con sapiencia por derivación etimológica, estaría informada sobre todo por los conceptos de inteligencia y luz, y sería la aplicación recta y amorosa de la sapiencia.
El Lambdoma Espacio explica así las dos definiciones: La sabiduría es la inteligencia divina del Amor (3.7), La Sabiduría es la expresión áurea del Amor (5.7); la luz es, por tanto, ese elemento capaz de hacer claro, manifiesto y evidente todo intento de conocer la Realidad, mientras que el Amor, ante el que se inclinan la sapiencia y la sabiduría, debería ser el motivo, y el objetivo, de toda búsqueda intelectual.
La sabiduría, por lo tanto, se configura como la etapa final del camino del conocimiento humano; la visión lúcida de la Realidad que el intelecto, movido y alimentado por el Amor, ha sabido conquistar en su camino, se transfigura a la luz aún más resplandeciente de la sabiduría, donde los opuestos se recomponen finalmente en unidad y la Realidad aparece por lo que esencialmente es, la Verdad.
Pero estamos en tiempos caóticos y dispersos, tiempos en los que la búsqueda de sentido se ve sumergida por la marea asfixiante de diminutos y enloquecedores fragmentos de significado y de verdad que se confunden con lo Absoluto.
Palabras, noticias, acontecimientos, significados, explicaciones, interpretaciones se persiguen, se superponen, se niegan o se afirman unas a otras en un batiburrillo cada vez más cargado de confusión y de la consiguiente pretensión ilusoria de Verdad; todo este movimiento inconexo obstruye la «quietud dinámica» interior que caracteriza la tensión hacia el conocimiento.
El Maestro Tibetano afirma que hay tres significados del término conocimiento «El primero es el conocimiento teórico. Incluye todos los conocimientos de los que un hombre es consciente y que acepta debido a las afirmaciones de otras personas y de especialistas en las diversas ramas del saber. Se basa en autorizadas afirmaciones y contiene elementos que permiten confiar en el autor o en el orador y en las inteligencias entrenadas que actúan en los diversos campos del pensamiento. Las verdades aceptadas de este modo no han sido formuladas ni verificadas por quien las acepta, ya que carece de la preparación y la capacidad necesarias para hacerlo. (…) El segundo es el conocimiento discriminativo, que tiene en sí mismo una cualidad selectiva y presupone la evaluación inteligente y la aplicación práctica del método más específicamente científico, el uso del experimento, la eliminación de lo que no se puede probar, la selección de factores susceptibles de investigación y conformes a leyes reconocidas. … Este proceso científico discriminatorio ha permitido al hombre llegar a muchas verdades en relación con los tres mundos inferiores. (…) Esto conduce inevitablemente a la aparición del tercer grado de conocimiento, a saber, el conocimiento intuitivo. La intuición no es en realidad más que la percepción, por parte de la mente, de los factores de la creación, de alguna ley de la manifestación y de algún aspecto de la verdad, conocido por el alma, emanados del mundo de las ideas y que participan de la naturaleza de esas energías que producen todo lo que se manifiesta. Tales verdades están siempre presentes, estas leyes están siempre activas, pero sólo la mente entrenada, desarrollada, centrada y abierta puede reconocerlas, comprenderlas más tarde y, finalmente, adaptarlas a las necesidades y exigencias de su propio ciclo y tiempo». (2)
El conocimiento, pues, no es un fin en sí mismo, no debe servir para el mero desarrollo individual, sino, y este es un punto clave, es el vehículo del Amor y de la Voluntad, debe utilizarse para desarrollar plenamente la facultad del amor activo e inteligente.
El verdadero pensamiento creador, y el conocimiento que de él se deriva, es el pensamiento abstracto e intuitivo, es la luz de la Inteligencia puesta en acción por el Amor, es la síntesis de Inteligencia y Amor, de una mente amorosa y de un corazón pensante.
En el lado opuesto del conocimiento está la ignorancia, que a su vez nos remite a Platón, al Mito de la caverna, a la teoría de las Ideas y del conocimiento (3) ya que la inteligencia humana, dice Platón, debe ejercitarse en volverse hacia la Idea, hacia la Unidad que se capta con la mente abstracta, mientras que la multiplicidad de sensaciones del mundo formal son tamizadas, y conocidas, por la mente concreta.
Se nos envía, pues, a desarrollar plenamente, no sólo como individuos, sino como Humanidad, nuestra capacidad cognoscitiva para que el mundo que nos rodea adquiera pleno sentido y nos induzca a dar el paso siguiente, ese paso que nos proyecta hacia los Mundos Sutiles donde moran las fuentes de todo significado.
En este camino nos ayudan, según el ritmo y los ciclos, los encuentros ígneos de las Luminarias que inundan el Espacio con sus rayos de energía.
Hoy, para la visión heliocéntrica, Mercurio y Urano se encuentran en la sustancia ígnea de Tauro, liberando esa Luz clara y nítida que es el vehículo de todo conocimiento posible.
El Signo de Tauro, conectado con la III Jerarquía inmanifestada, «Luz mediante el conocimiento», (4) ofrece el fondo luminoso sobre el que las dos Luminarias pueden a su vez proyectar sus propias luces; la acción disruptiva y moldeadora de Vulcano, regente esotérico y jerárquico del Signo, insiste en la sustancia mental, encendiendo el fuego de la comprensión y otorgando visión y discernimiento. A través de estas dos alas, la mente puede ascender por la espiral cognitiva, entrando en el reino de la Sabiduría.
Mercurio, vehículo alado del 4º Rayo, eleva las mentes, con el poder de su movimiento acelerado, hasta la luz del Sol en la que se hacen semejantes a ese fulgor para poder acceder entonces, sin intermediarios, al conocimiento directo de la Realidad.
Urano, que lleva en sí mismo el poder del 7º Rayo, en virtud de su posición «extranjera» ve y gobierna horizontes inviolables y, con la fuerza de este conocimiento «oculto», insta a las mentes a construir una nueva civilización fundada en la Hermandad y orientada hacia el Bien Común.
La Inteligencia suprema, entonces, si está iluminada por la luz del Corazón Perfecto, puede penetrar las mallas del Ser y conducir a la Humanidad a conocer, y atestiguar, su destino de creador luminoso.
«El Corazón perfecto expresa todas las potencialidades de la naturaleza hasta tal punto que cualquier forma puede cobrar vida. Contiene en su estado naciente todas las fuerzas creadoras.
La Inteligencia absoluta, de la que la humanidad deriva su esfuerzo esencial, afirma insistentemente las manifestaciones creadoras. El Corazón perfecto dirige la construcción de las energías universales. La duración de la acción en el Cosmos se llama eternidad. ¿Por qué no aplicar este concepto a la energía que impulsa al espíritu de esfera en esfera? Cuando los esfuerzos se hacen para mejorar incluso la vida vegetal, ¿por qué no hacer lo mismo con la vida humana? El Corazón perfecto tensa todas sus energías para este ascenso.
El Fuego Cósmico está en eterno movimiento, dirigido por la Inteligencia absoluta y por el Corazón perfecto.» (5)
Notas:
1- El término «conocimiento» deriva del latín tardío cognoscentia, derivado de cognoscere, y está compuesto por la partícula latina cum añadida a la antigua palabra griega gnòsis (conocimiento); los términos «sapiencia» y «sabiduría» derivan ambos, según la mayoría de los estudiosos, de la raíz indoeuropea *SAP-, relacionada con la idea de esencia/gusto/jugo/razón, mientras que para algunos la raíz original sería *SAK-, que expresa la idea de fluir. Rendich, por último, propone para el griego sofòs y el latín sapiens, sabio, la raíz indoeuropea bhās, que expresa el concepto de “efecto [ā] de un desplazamiento [h] de energía [b]”, “brillar”, “ser luminoso”.
2- A. Bailey, Tratado de Magia Blanca, Eng. 15-16
3- Sócrates había puesto de relieve la importancia conceptual del conocimiento universal y necesario, y Platón insiste en que tal conocimiento presupone modelos permanentes, modelos intelectuales y no sensibles. Según Platón, las cosas mudables y sensibles no son nada en sí mismas, poseen el ser solo en el sentido de que reflejan de múltiples maneras, participan de manera imperfecta o ejemplifican una Idea (Eidos). Las cosas que captamos con los ojos físicos son formas físicas, las cosas que captamos con el ojo del alma, es decir, con la inteligencia, son formas no físicas, inteligibles, esencias puras (Ideas). La naturaleza peculiar de las Ideas es, por lo tanto, que solo pueden captarse mediante la inteligencia, con un acto cognitivo. A este respecto, Platón esboza el mito de la caverna. Dentro de una caverna, explica el filósofo, hay hombres encadenados con el rostro hacia el fondo oscuro, mientras que a sus espaldas, fuera de la caverna, brilla una luz. Entre la luz y la caverna hay un pasillo donde otros hombres sostienen estatuas: quien está dentro de la caverna ve las sombras de las estatuas proyectadas por la luz exterior en el fondo de la caverna y las confunde con objetos reales. Si uno de esos hombres atados pudiera salir de la caverna, continúa Platón, primero se vería deslumbrado por la luz, pero luego se daría cuenta de que puede observar las sombras, luego las cosas mismas y, por lo tanto, al mirar al cielo, incluso al Sol que da forma y consistencia a las cosas. Por lo tanto, en la filosofía platónica, el conocimiento se basa en cuatro etapas: la sensación (las sombras) que se dirige a las imágenes sensibles aisladas, la creencia (las estatuas) que capta los objetos sensibles en los que se recogen los datos aislados, la reflexión (el mundo real) que llega hasta el conocimiento de los objetos matemáticos y, finalmente, el intelecto (el sol) mediante cuya luz se reconocen las Ideas. Con las dos primeras etapas solo recibo opiniones (doxa), mientras que con las otras dos recibo conocimiento (episteme); el conocimiento, por lo tanto, admite diferentes grados de rigor y validez, ya que presenta diferentes grados de realidad a los que se refiere y el grado más alto de conocimiento es aquel al que corresponde el máximo de realidad (conocimiento de las Ideas).
4- Véase A. A. Bailey, Tratado de las 7 Rayos, vol. III, Astrología Esotérica, ing. 34
5- Infinito I, § 301, Colección Agni Yoga