6. Comunidad

6. Comunidad

Durante los últimos seis milenios, la humanidad ha sido guiada para reconocer la necesidad de aprender a vivir en comunidades cada vez más grandes, hasta el punto de olvidar las diferencias étnicas y culturales y reconocer su propia unidad esencial. Aún no se ha logrado este objetivo, pero se ha realizado un buen trecho de camino. Un proceso tan lento y agotador tiende a enseñar al individuo el desapego necesario para compartir las experiencias comunes, mientras conserva intacta su libertad.

La lección ha sido aprendida solo parcialmente y de manera tergiversada. Sin embargo, el concepto de Bien Común, que allana todas las dificultades, se cita y repite cada vez más; si bien que todavía estamos lejos de reconocer su verdadero valor y pocos sabrían decir claramente en qué consiste. 

El Taller del Pensamiento se propone interpretar este concepto elevado, lo que lo sitúa a la vanguardia de la nueva forma de comprender la Comunidad. Una comunidad humana no es una tropa, no es un rebaño. Ya sea numerosa como un pueblo o que esté compuesta por unos pocos, a fin de poder constituir una comunidad, siete departamentos, o centros, o sectores, deben haber, estar activos y cooperar entre ellos, en correspondencia con las siete cualidades fundamentales expresadas por las leyes del Sonido y la Luz. Esta es una ley solar y cósmica, no una simple teoría psicológica o social. El éxito del desarrollo humano depende de la aplicación práctica de este principio, respetado en todo el Cosmos y visible en el ordenamiento estructurado del Sistema Solar.

Al estudiar la sexta Dirección de Trabajo, se descubre su dualismo; de hecho, ella no solo concierne a la Comunidad y, por lo tanto, a la sociedad humana y a los grupos de todo tipo, sino también al factor aglutinante que los mantiene unidos. Los dos principios son inseparables; y siempre es desastroso formar un grupo sin pensar en lo que los une: resultaría en un fracaso.

Una sociedad es una verdadera construcción; por lo tanto, para que pueda sostenerse, todas sus partes deben estar bien conectadas entre sí, que bien pueden ser numerosas y diferentes. El elemento que suelda todo tiene un nombre claro, antiguo y preciso: desde su origen en latín, se llama religión. Durante muchos siglos, este término ha asumido un significado clerical y eclesiástico; pero esto es una connotación añadida que esconde su verdadero perfil. Todo acto de cualquier naturaleza y nivel puede y debe ser «religioso», es decir, conectado, comunicativo; de lo contrario, permanece desconectado del entorno y a largo plazo se deteriora. Lo que está desconectado está condenado al fracaso.

Tal vez el elemento más destacado de la nueva Cultura —nunca logrado antes— será el carácter sagrado del Trabajo común, el principio más elevado de la era futura y de su «religión» planetaria. La base de esta última estará compuesta por la Comunión y por la Comunidad de Trabajo, por su jerarquía, por su alegría. Con sus diversas modalidades, el Trabajo será el regulador indiscutible del nuevo equipo humano, y no el patrimonio, la extracción social u otras distinciones convencionales.

Una comunidad —de cualquier tipo que fuera— no puede subsistir sin su propio ordenamiento estructurado. Por otro lado, la comunión no puede tolerar límites o restricciones, puesto que estas la anularían. La disputa parece irreconciliable: ¿Reglas o no? ¿Libertad o no? El contraste tiende hacia una única solución posible, a saber:

Las diversas comunidades deben constituir una sola, abierta y libre;
de lo contrario, no son una Comunión.

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La Comunidad del Taller humano del Pensamiento es, por lo tanto, la Comunión de Corazones.


Ver también Introducción a las Direcciones de Trabajo.

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