La Flor de la Vida está compuesta por 64 círculos entrelazados. Si lo miráramos en la realidad tridimensional, veríamos 64 esferas, o mejor dicho, toroides, que son el campo magnético de otros tantos tetraedros dispuestos en un sólido regular cuyo campo magnético total es otro toroide.
Así pues, los 64 círculos representan, en un plano, la energía vital que fluye desde la estructura básica en forma de toroide. Pero, ¿por qué 64 círculos? ¿Ni uno más ni uno menos?
El número 64 no es nuevo en la geometría sagrada. Desde las civilizaciones más antiguas, siempre ha representado la estructura vital básica. De hecho, lo encontramos en los templos del antiguo Egipto, en los templos hindúes, incluso en el simbolismo chino. Hay 64 hexagramas del King I, y las casillas del Zolkin, el corazón del calendario maya, o incluso los codones que se utilizan para codificar el ADN humano.
Las leyes del universo manifestado establecen que el cambio de escala se produce normalmente por duplicación o salto de octava; es decir, que un valor numérico dado se duplica al avanzar una octava.
Las leyes espirituales de la creación nos muestran que lo Divino es Uno en esencia y trino en aspecto; por lo tanto, para manifestarse, combina los tres aspectos en un cuaternario dando nacimiento, en su totalidad, al septenario creativo. Si empezamos por 1, la unidad esencial, y duplicamos el valor 7 veces, es decir, por el valor del septenario creativo, obtenemos la siguiente serie: 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64.
El número 64 es, pues, la unidad duplicada siete veces, tantas como son los Planos de diferenciación de las frecuencias fundamentales de la materia, y tantas como las cualidades de las energías creadoras. En definitiva, 64 es el número de la matriz creadora.
Nota: Este artículo ha sido traducido del original en italiano; consultar aquí.