Yo soy la Luz del Mundo

Hoy celebramos (a las 10:15, horas CET) la entrada del Sol en Tauro, el signo del «Deseo como principal incentivo de la vida», de la Belleza, pero así también —y muy poderosamente— de la Luz. De hecho, el Maestro Tibetano dice: «La iluminación, se mire como se mire, es siempre el tema de Tauro.» (Astrología Esotérica, A. A. Bailey; vers. ingl., p. 393)

Al mismo tiempo hacemos eco solemnemente en el Espacio vivo, —como un solo Servidor planetario— la correspondiente Afirmación crística (consultar el artículo introductorio: Celebración Ritual en línea):

YO SOY LA LUZ DEL MUNDO.

Cristo habló muchas veces de la Luz. Esta afirmación de poder se halla en un pasaje del Evangelio de Juan en el que se narra una curación milagrosa del Maestro que, tras devolver la vista a un ciego de nacimiento, fue objeto de burla y juzgado pecador por los fariseos.

Entonces, Jesús les dijo: «Para juzgar he venido a este mundo, para que los que no ven, vean, y los que ven, se vuelvan ciegos.» Algunos de los fariseos que estaban con él oyeron estas palabras y le dijeron: «¿Acaso también estamos ciegos?» Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís “Vemos”; vuestro pecado permanece.»

De hecho, a menudo estamos presuntuosamente convencidos de que vemos cuando, en realidad, estamos ciegos. Al saber que no vemos —y, por lo tanto, que no sabemos—, marca el primer paso en el camino hacia la iluminación, esa gradual conquista diaria que se logra aprendiendo el arte de “mantener la mente en la Luz”.

«“YO SOY LA LUZ DEL MUNDO”, dijo el gran Maestro; palabras resplandecientes que en aquel entonces sonaban oscuras, y se las malinterpretan incluso hoy. Grandes Entes espirituales, antes que Él, vertieron Luz en el mundo y en la sociedad humana, pero Él afirmó ser la fuente de esas Luces, es decir, el Maestro de los Maestros. Las mentes oscurecidas por las sombras físicas no pueden comprender esas palabras, que en cambio son deslumbrantes para quienes se dirigen al Cielo.

Esa Luz es el clima psíquico del gran diálogo entre la Tierra y el Cielo: la Tierra llama, el Cielo responde. El hombre actúa como intérprete entre el lenguaje objetivo, específic, y el universal; capta torbellinos de estos últimos y los traduce, lo mejor que puede, en pensamientos abstractos o concretos, envueltos en formas lógicas de palabras. Esto provoca distorsiones y pérdidas de sentido, pero el tejido del diálogo se afina y brilla con claridad.» (Tenere la Mente nella Luce, E. Savoini; documento aún no traducido al castellano)

El pasaje del Evangelio que hemos considerando (San Juan, 8:12) continúa con estas palabras del Maestro: «El que me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la Vida.»

De este modo, invita implícitamente a quienes le siguen no solo a imitarlo (un pensamiento que durante siglos, tras la popularización del “De Imitatione Christi” de Tomás de Kempis, fue considerado poco menos que escandaloso), sino incluso a tomar, por la fuerza, el Reino de los Cielos, es decir, a identificarse, por un acto de Voluntad, con su propia naturaleza.

Nuestra mente ya sabe que esto es así; se nos dice y repite que Cristo está en nosotros, Esperanza de Gloria, y nosotros estamos en Él, y a veces percibimos su presencia. Sin embargo, para abordar de veras este reto, hay que tener oídos para oír, ser verdaderamente valiente, tener Fe, determinación y, por consiguiente, no estar ya centrado en uno mismo, sino haber adquirido una conciencia común y haberse dado cuenta del poder resolutivo de la Unidad.

«Hay algo raro en reconocer que, después de tanto esfuerzo, uno se convierte en un hombre “corriente”, precisamente en el nivel del que partió. La Comunión es una señal de distinción.» (Comunión, E. Savoini)

La Luz es el tercer aspecto de lo divino, la Inteligencia creadora; en el Lambdoma generador está descrita como el movimiento rítmico del Fuego. Es hija de la fuerza vital del Padre y del Amor espacial de la Madre y comparte la naturaleza de ambos: es a la vez puntual y discreta, y oscilante y ondulatoria.

«El centro y la periferia se aman, y por amor el centro estalla en miríadas de rayos, en todas las direcciones, dirigidos a la circunferencia. Por amor, implosiona simultáneamente y lanza sus ondas hacia el centro. El UNO y el DOS se unen.» (La Teoría de la Luz, Primera Parte, “Así nace la Luz”, E. Savoini)

La Luz es el surgimiento de la creación querida por el Sonido, el Verbo, el impulso ígneo de la Vida y recibida por el Espacio, su contenedor infinito. Es esa energía que diseña el Universo y lo matiza. Así pues, todo es Luz, desde los átomos de la sustancia hasta las grandes conciencias que se manifiestan a través de los majestuosos Soles que surcan los Cielos y rigen porciones conspicuas del Espacio.
¡La Luz es el gozo!

Cuando pensamos en la Luz, nos referimos automáticamente a la Luz clara, radiante, puntual y discontinua de los Rayos, considerando la Luz ondulatoria y aparentemente oscura del Espacio como la ausencia de Luz. La manifestación de esta luz “oscura” es evidente por la noche, cuando el velo de la Madre del Mundo, cuya presencia constante es borrada durante el día por el Sol, actúa como telón de fondo y revela la luz brillante de las estrellas y los planetas: el pueblo del Cielo, una asombrosa profusión de puntos de luz de diversa potencia. Es esta maravilla, magnificada por el velo “oscuro” del Espacio, la que siempre ha atraído los corazones humanos a reconocer lo divino. Los hombres en esos diseños han tratado de interpretar sus destinos y a través de ellos han podido orientarse y seguir sus caminos por tierra o por mar y así reconocer poco a poco las pistas magnéticas trazadas para su regreso a la Casa del Padre.

«Cuando la noche se desvanece y el Sol sale al Cielo, la visión se transforma, y de universal pasa a ser local. La luz cambia, pero sigue siendo el elemento principal de la creación. En lugar de estrellas, aparecen cosas y colores, y todos los sentidos están activos. Aunque la visión es totalmente diferente, también es revelada por la Luz. Las innumerables fuentes de luz son sustituidas por una única y dominante fuente; esta es la gran enseñanza cósmica de la relación eterna y cíclica entre los muchos y el Uno.» (La Teoría de la Luz, Primera Parte, E. Savoini)

La Luz es Conciencia, y brilla allí donde arde el fuego del empeño ferviente. A este respecto, es importante tomar conciencia de la presencia, en el seno de la Humanidad, de un Ente portador de Luz, cuya Conciencia es la síntesis de las de todos aquellos que, en diferentes órdenes y grados y de diferentes maneras, consagran su vida al servicio del Bien común. Es una guarnición humana de la Jerarquía; es las manos y los pies de esa Hermandad de la Luz; es el Discípulo Planetario; es la sal de la tierra, la Luz del Mundo en acción.

El Discípulo Planetario vive en el lugar del fuego, en la Luz de la mente abstracta e, identificándose con el Modelo jerárquico, lo refleja, colaborando con el Mayor y buscando comprender y ejecutar su Voluntad. Es a través de este Ente que se asegura la continuidad de la conexión entre la Jerarquía y la Humanidad, para que los arcos de conciencia puedan unirse en el glorioso esplendor del futuro.

«A los Hijos de la Razón, he aquí que los proclamamos Jerarcas en la Tierra; y a las Hijas de la Razón, igualmente. Quienes se dedican a la evolución espiritual deben seguir los pasos de la Jerarquía si desean avanzar. ¿Quién, pues, nutrirá el espíritu de esos discípulos? ¿Quién les abrirá el camino de la ascensión? Solo las Hijas y los Hijos de la Razón. ¿Quién contiene en sí el fuego de la victoria? Las Hijas y los Hijos de la Razón. Así proclamamos a los Portadores del Fuego. La ejecución de Nuestra Voluntad continúa y revela la ley de fuego de la Jerarquía. Y solo su adopción consciente en la vida traza el camino correcto. En verdad, todo el Espacio repercute, afirmando de este modo la Jerarquía. Así se construye la vida prodigiosa y se cumple lo predestinado. Los Hijos de la Razón, las Hijas de la Luz solo pueden manifestar el poder de las leyes superiores al obedecer a la Jerarquía. De esta manera Nuestros Jerarcas manifiestan Nuestro poder de la Razón y del Corazón, ¡y así ad infinitum!» (Jerarquía, § 82, Agni Yoga)

En Cristo y con Cristo, situándonos en el lugar del Fuego, en el centro del corazón común, podemos entonces juntos atrevernos a consagrarnos a la Luz, reconocernos en el poder y la tarea del Discípulo planetario y afirmar, con humilde conciencia:

Yo soy la Luz del Mundo.

OM


 

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