(Hoy publicamos esta contribución de Lorenzo M., victoryproject.net)
No se puede desatar los nudos con el sistema que los hizo. Algunas consideraciones evolutivas que requieren un esfuerzo antes de dar.
La época actual es criticada con frecuencia, incluso como siendo materialista. Con ello se pretende aludir a la dimensión metafísica que ha sido descuidada por completo o, peor aún, se ha dejado en manos de la religión.
El materialismo es una concepción del mundo. De ella desciende un collar de perlas, que son tan fascinantes tanto por la falsa seguridad que inducen, como por los inconvenientes que crean debido a la limitación creativa que imponen. Son el dualismo (la objetivación de la realidad), el determinismo (la causa-efecto como único fundamento de la realidad), el mecanicismo (los organismos y sus relaciones están sometidos a las leyes que rigen las máquinas), el positivismo (solo es correcto lo que produce una ganancia), el racionalismo (el único plan de búsqueda de la verdad), el cientificismo (el fideísmo en la ciencia, la única epistemología de la verdad). O sea, un rosario en el que el hombre es concebido como una máquina.
Los investigadores de todas las historias y geografías, aunque necesariamente lo hayan expresado de formas diferentes, han llegado a la misma conclusión, a saber: la causa del sufrimiento está en nosotros mismos; cada uno puede escapar del sufrimiento por medio de su propia evolución.
Esta evolución es de tipo metafísico. No se trata de tonterías, por ejemplo: no se comprende cómo, estaba bien, hacía deporte y, aun así, se ha enfermado. La dimensión física no es otra cosa que la presencia de un espíritu en la historia. Al igual que un puente, una filosofía, un récord deportivo requieren, a priori, la intención relativa adecuada a la dificultad del proyecto, así también nuestra apariencia, nuestro campo de acción, nuestra vitalidad, nuestra identidad, etc., no son más que los logros de un espíritu subyacente. Hablar de respeto y llegar a hacer una ley que lo exija es diferente a sentir respeto por la conciencia del espíritu que subyace en los otros.
El estado de bienestar/malestar está totalmente relacionado con un único elemento: aceptar lo que es. Incluso en las penas, mediante la aceptación se reduce el sufrimiento. El sufrimiento es la conditio de la evolución. Seguramente, una cierta conciencia evolutiva puede ocurrir incluso sin la intervención del sufrimiento. Sin embargo, en este caso queda limitada a la dimensión intelectual.* Ella queda como una simple noción de escaso valor evolutivo. En consecuencia, si no se encarna, no es recreado por cada uno de los hombres. Y, al no ser recreado, no se expresa implícitamente en nuestros quehaceres.
Por el contrario, la evolución a través del sufrimiento implica una difusión energética y sutil, cuyo entero valor evolutivo se lleva a cabo. Todos los niveles de malestar son siempre informaciones sobre la desarmonía de nuestro estado. Al mismo tiempo —para quien sea capaz de reconocerlos— también contienen la emoción que provoca la acción, que activa la voluntad evolutiva.
Y esto no es todo. En la concepción espiritual del mundo, la realidad no se compone de partes. Esta es un cuerpo orgánico. Solo la ciencia inicua —convencida de haber encontrado el último elemento de la materia— se ocupa de su descomposición, de su nomenclatura, de sus clasificaciones. Todos serían servicios legítimos y funcionales a disposición del hombre, si no tuvieran la pretensión ontológica universalista de poseer una correspondencia con la verdad. En un cuerpo orgánico, “el otro” es un terminal de la naturaleza así como nosotros y, como tal, del todo idéntico a nosotros espiritualmente. Lo que anima a los demás es exactamente a lo que anima a todos los hombres. Reconocer esta trivialidad —que el materialismo ciego no ve— es en sí esencial. De hecho, es el antecedente para concebir “al otro” en “un nosotros” en otro tiempo y otra forma.
Significa que lo que le vemos hacer “al otro” es lo que nosotros hemos hecho o haremos. Si lo juzgamos identificándonos en el juicio mismo, el otro permanece separado de nosotros y no aprovechamos la oportunidad evolutiva que se nos ofrece. Al contrario, sin identificarnos, podemos captar elementos útiles para mejorar nuestra condición existencial, para evolucionar hacia la reducción de la vulnerabilidad.
El otro, como nosotros, toca otro elemento de valor evolutivo: la atribución, la asunción de responsabilidades de nuestra condición existencial. Como terminales de un único organismo, estamos en condiciones de poder despersonalizar nuestro destino. De lo contrario, si nos consideramos una singularidad separada, entonces nuestro destino lo atribuiremos a nuestro prójimo, si es malo, y a nosotros mismos, si es bueno. La despersonalización del destino no es más que la voluntad de reconocer en nosotros el origen de lo que experimentamos y cómo lo experimentamos. Mientras nuestro dolor no sea experimentado como el dolor de la humanidad, nuestro trabajo evolutivo será solo cartuchos de fogueo. El poder energético queda malogrado cuando la mejora de nuestras condiciones de vida se basa en un proyecto egoísta.
Por lo tanto, es necesario distanciarnos de nuestro ego; más precisamente, de la identificación con él. Al reconocer el principio materialista —que nos exige ser alguien, tener un papel, una posición, defenderla y, si es necesario, atacar—, es posible darse cuenta de que esas identidades son meras infraestructuras, legítimas, pero que no se corresponden con nuestro Yo más profundo. Limitarnos a un nombre, a un título, a un papel es tomar una migaja que ha caído de la mesa del infinito y creer que es solo para nosotros. Eso es autolimitar el potencial creador; es mortificar al hombre. Es exactamente lo que está ontológicamente implícito en la concepción materialista de la realidad.
La búsqueda exógena de lo correcto, del equilibrio, del bien, anhelado ciegamente por la inepta perspectiva egoísta, solo puede mantenernos a nosotros y a la historia tal como la conocemos.
Más allá de sus formas a la vez cambiantes y repetitivas, se puede tomar el camino endógeno por el que transcurren todas las investigaciones de cada historia y de cada geografía.
Somos la naturaleza, somos el universo; todo está en nosotros, incluso lo que parece que estuviera fuera y más allá. Tomar conciencia de ello es quizá el primer paso útil para identificar, en la espesura de las formas y las autoindulgencias, nuestro «camino con un corazón».
* Es solo para la personalidad del Hombre que el sufrimiento actúa como conditio/ley para la evolución; pero el motor de la evolución no es el sufrimiento (= la resistencia de la materia a la transformación, en palabras de la Tradición esotérica), sino la voluntad de superarlo, la noble visión de un nivel/modelo/imagen superior, madurada o más bien precipitada desde niveles superiores, también gracias a la experiencia humana del dolor.
La Antigua Sabiduría nos enseña que la “Cruz” ya no será el símbolo del avance humano, sino «el gozo y la fuerza»; n. de la red. de TPS.