Según la Enseñanza esotérica, los Planetas y el Sol físico son Hijos de la Madre-Espacio; y los Planetas, antes de convertirse en moradas de los Logoi planetarios (Consultar el documento La Manifestación), eran cometas y soles; y en sus orígenes, «Centros de Fuerza, las Chispas invisibles o Átomos primordiales».
De La Doctrina Secreta, “Cosmogénesis”, Vol. I, H. P. Blavatsky, pp. 208-210, Ed. Sirio; versión en PDF, p. 150:
«En el Rig Veda, Aditi, el “Espacio Ilimitado” o Infinito (…) es el equivalente de la “Madre-Espacio”, coeva de las “Tinieblas”. Y con razón se la llama la “Madre de los Dioses”, Deva-Mâtri, porque de su matriz cósmica nacieron todos los cuerpos celestes de nuestro Sistema Solar: el Sol y los planetas. Por eso, ella está alegóricamente descrita de la siguiente manera: Del cuerpo de Aditi nacieron ocho Hijos; ella se acercó a los dioses con siete, pero rechazó al octavo, Mârttânda», nuestro Sol. Los siete hijos llamados Aditya son, cósmica y astronómicamente, los siete planetas; y el sol, al ser excluido de su número, muestra claramente que los hindúes pudieron haber conocido, y de hecho sabían, la existencia de un séptimo planeta, sin llamarlo Urano.[1]
Pero esotérica y teológicamente, por así decirlo, los Aditya, en su significado primigenio más antiguo, son los ocho y doce grandes dioses del Panteón hindú. “Los Siete permiten que los mortales vean sus moradas, pero solo los Arhats se muestran a sí mismos”, dice un antiguo proverbio; la expresión “sus moradas”, aquí tiene el significado de planetas. El antiguo Comentario da la siguiente alegoría y relativa explicación:
“Ocho casas fueron construidas por la Madre: ocho casas para sus ocho Hijos Divinos: cuatro grandes y cuatro pequeñas. Ocho Solos luminosos, según su edad y méritos. Bal-i-lu [Mârtanda] no estaba satisfecho, aunque su casa era la mayor. Empezó a [trabajar] como lo hacen los grandes elefantes. Inhaló [atrajo] a su pecho los alientos vitales de sus Hermanos; él trató de devorarlos. Los cuatro mayores se hallaban muy lejos, allá en la frontera de su reino. [2] [Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, N. d. R.]
Ellos no fueron despojados [afectados], y se rieron. Haz todo lo que puedas, Señor, pero no conseguirás llegar a nosotros, le dijeron. Pero los pequeños lloraron y se quejaron ante la Madre. Ella desterró a Bal-i-lu al centro de su reino, de donde no podía moverse. [A partir de ese momento] los observa y los amenaza [solamente]. Los persigue girando lentamente sobre sí mismo; ellos se apartan rápidamente de él, y él sigue desde lejos la dirección en la que sus hermanos se mueven, por el sendero que rodea sus casas. [3] Desde aquel día se nutre del sudor del cuerpo de la Madre. Se nutre de su aliento y desechos. Por eso, ella le rechazó.»
Así, el «Hijo Rechazado» es evidentemente nuestro Sol, como hemos demostrado antes, y cuando decimos «Hijos del Sol» nos referimos no solo a nuestros planetas, sino a los cuerpos celestes en general. El propio Sûrya, que no es más que un reflejo del Sol Espiritual Central, es el prototipo de todos aquellos cuerpos cuya evolución siguió la suya. En los Vedas es denominado Loka-Chakshuh, el «Ojo del Mundo» (nuestro mundo planetario) y es una de las tres deidades principales. Se le llama tanto el «Hijo de Dyaus» como de Aditi, porque no se hace ninguna distinción en relación con el significado esotérico. Así, se le representa transportado por siete caballos y por un caballo con siete cabezas. El primero se refiere a sus siete planetas; el segundo, a su origen común en el Elemento Cósmico Único.
Este «Elemento Único» se llama, figurativamente, «Fuego». Los Vedas enseñan que el «fuego» contiene, realmente, a todas las deidades.
El significado de la alegoría es claro, porque para explicarlo tenemos el Comentario de Dzyan y la ciencia moderna; si bien que estos dos difieren en diferentes detalles. La Doctrina Oculta rechaza la hipótesis del nacimiento a partir de la Teoría Nebular, según la cual los (siete) planetas mayores habrían evolucionado partiendo de la masa central del Sol, al menos de este nuestro Sol visible. La primera condensación de la materia cósmica tuvo lugar, por supuesto, alrededor de un núcleo central, su padre Sol; pero en las Enseñanzas se dice que nuestro Sol se separó antes que todos los demás, al contraerse la masa giratoria; y él es su “hermano” mayor y no su “padre”. Los ocho Aditya, los “dioses”, están formados por la sustancia eterna (la materia constitutiva de los cometas [4], la Madre), o el «tejido del mundo», que es al mismo tiempo el quinto y sexto Principio Cósmico, el Upâdhi, o la Base del Alma Universal, al igual que en el hombre, el Microcosmos, Manas [5] es el Upâdhi de Buddhi. [6]
Hay todo un poema sobre las luchas pregenéticas que tuvieron lugar entre los planetas durante su desarrollo, antes de la formación “definitiva” del Cosmos; y esto explica las posiciones aparentemente perturbadas de los sistemas de varios planetas; el plano de los satélites de algunos de ellos (de Neptuno y Urano, por ejemplo, de los que se dice que los antiguos no tenían conocimiento), al estar inclinados, les dan la apariencia de movimiento retrógrado.
Estos planetas son llamados los Guerreros, los Arquitectos, y son aceptados por la Iglesia romana como los Comandantes de los Ejércitos del Cielo, mostrando así las mismas tradiciones. Las Enseñanzas nos dicen que el Sol, habiendo evolucionado desde el Espacio Cósmico —antes de la formación final de las primeras nebulosas y de la aniquilación de las nebulosas planetarias— se tragó toda la vitalidad cósmica [local, N. d. R.] posible en las profundidades de su masa, amenazando con tragarse a sus “Hermanos” más débiles, antes de que la ley de atracción y repulsión se estableciera definitivamente; después de eso, comenzó a nutrirse de «los desechos y del sudor de la Madre», es decir, de aquellas partes del Æther (el «Aliento del Alma Universal») cuya existencia y constitución son, hasta ahora, completamente desconocidas por la ciencia. (…) la materia difusa o Éter, que recibe la radiación térmica del Universo, es, por esta razón, atraída hacia las profundidades de la masa solar; entonces esta, al tiempo que expulsa el Éter previamente condensado y agotado térmicamente, se comprime y exhala su propio calor, para ser a su vez rechazado en un estado de rarefacción y enfriamiento y absorber un nuevo suplemento de calor, que, de esta manera, (…) es de nuevo captado por el Éter y de nuevo concentrado y distribuido una vez más por los Soles del Universo.
(…) el Ocultismo explica este problema por medio del «Aliento mortal» exhalado por Mârttânda y por medio de su nutrirse del «sudor y los residuos» de la Madre-Espacio. Lo que solo podría haber tenido una pequeña influencia en Neptuno, Saturno y Júpiter, habría destruido las relativamente pequeñas “Casas”, Mercurio, Venus y Marte [y la Luna (¿la Tierra primordial según la Teosofía?), N. d. R.] Dado que Urano no era conocido hasta antes de finales del siglo XVIII, el nombre del cuarto planeta mencionado en la alegoría seguía siendo un misterio en aquel entonces.
El “Aliento” de todos los “Siete” se llama Bhâskara, (el Productor de Luz), ya que ellos (los planetas) eran en sus orígenes todos cometas y soles. Estos evolucionan en la vida manvantárica [manifestada, N. d. R.] a partir del Caos Primordial (ahora, el noúmeno de las nebulosas irresolubles) por agregación y acumulación de las diferenciaciones primordiales de la Materia Eterna, según la bella expresión del Comentario: «Entonces, los Hijos de la Luz se cubrieron con el tejido de las Tinieblas».
Alegóricamente, se les llama los «Caracoles Celestes» debido a las Inteligencias sin forma (para nosotros) que habitan invisiblemente en sus hogares estelares y planetarios, llevándolos, por así decirlo, en sus revoluciones, al igual que los caracoles. La doctrina de un origen común de todos los cuerpos celestes y de los planetas fue enseñada, como vemos, por los astrónomos antiguos mucho antes de Kepler, Newton, Leibnitz, Kant, Herschel y Laplace. El calor (el “Aliento”), la Atracción y la Repulsión —los tres grandes factores del Movimiento— son las condiciones bajo las cuales nacen, se desarrollan y mueren todos los miembros de esta familia primitiva, para renacer después de una Noche de Brahmâ, durante la cual la Materia eterna vuelve periódicamente a su estado primordial indiferenciado.
Ni siquiera los gases más enrarecidos pueden dar a los físicos modernos una idea de su naturaleza. Desde el principio, los Centros de Fuerza, las Chispas invisibles o los Átomos primordiales, se diferencian en Moléculas y se convierten en Soles —objetivándose gradualmente— gaseosos, radiantes, cósmicos; y el “Vórtice” único (o Movimiento) da finalmente el impulso a la forma y al movimiento inicial, regulado y sostenido por los “Alientos” que nunca descansan: los Dhyân Chohanes [los Logoi, N. d. R.].
Cada Chispa invisible, la Mónada o Unidad de vida consciente, o Átomo Primordial del Espacio-Madre, es un Centro de Fuerza destinado a gobernar las moradas cósmicas, cada vez más orgánicas o conscientemente coordinadas con la evolución del Orden universal.
Las mónadas de la Cuarta Jerarquía humana, los átomos o unidades conscientes del Logoi planetario (nosotros en Esencia), están/estamos recorriendo el camino medio entre ser Chispas primordiales y la Conciencia universal de los Soles centrales espirituales.
«La Doctrina Secreta enseña que para llegar a ser un Dios divino plenamente consciente —incluso el más elevado— las Inteligencias Espirituales Primordiales deben pasar por la etapa humana. Y al decir humano no nos referimos solo a nuestra humanidad terrestre, sino a los mortales que habitan en cualquier mundo, es decir, aquellas Inteligencias que han alcanzado el adecuado equilibrio entre la materia y el espíritu, así como lo alcanzado nosotros desde el momento en que pasamos el punto medio dela Cuarta Raza-Raíz de la Cuarta Ronda (Consultar el documento Las Jerarquías Creadoras y la Evolución Cada Entidad debe haber ganado por sí misma el derecho a hacerse divina, a través de sus propias experiencias personales.
(…) Esto también explica el significado oculto del dicho cabalístico: “El Aliento se convierte en una piedra; la piedra, en una planta; la planta, en un animal; el animal, en un hombre; un hombre, en un espíritu; y el espíritu, en un dios. Los Hijos nacidos de la Mente, los Rishis, los Constructores, etc., eran todos Hombres —cualquiera que fuera su forma— en otros mundos y en Manvantaras precedentes.
Este tema, al ser tan profundamente místico, presenta gran dificultad para ser explicado en todos sus detalles y aspectos, ya que todo el misterio de la creación evolutiva está contenido en él.
(…) cada átomo del Universo tiene en sí la potencialidad de la autoconciencia y es, como las mónadas de Leibnitz, un Universo en sí mismo y por sí mismo. Es un átomo y un ángel.» (Ídem, p. 98)
¿Podemos mantener esta visión y conciencia en el aquí y ahora de la vida cotidiana? Tal vez nunca; tal vez siempre.
Reconocer el Espacio como la Madre de la Manifestación, la Materia/Sustancia como una Morada divina del Espíritu y a nosotros como los Hijos del Espacio vivo, revela nuestro verdadero potencial y poder; y “paradójicamente” revela la naturaleza sublime de la Apariencia, como la posibilidad materializar el Infinito.
Nosotros somos el Infinito.
[1] La Doctrina Secreta enseña que el Sol es una estrella central y no un planeta. Sin embargo, los antiguos reconocían y adoraban a siete grandes Dioses, excluyendo el Sol y la Tierra. ¿Cuál era ese “Dios misterioso” que ellos apartaron? Por supuesto, no Urano, que solo fue descubierto en 1781 por Herschel. ¿Pero no podría haber sido conocido con otro nombre? Ragon dice: «Habiendo descubierto las Ciencias Ocultas, mediante cálculos astronómicos, que el número de planetas debe ser siete, los antiguos fueron inducidos a introducir el Sol en la escala de las armonías celestes, haciéndolo ocupar el lugar vacante. Así pues, cada vez que percibían una influencia que no pertenecía a ninguno de sus planetas conocidos, la atribuían al Sol (…). El error parece importante, pero no lo era en sus resultados prácticos, si los astrólogos reemplazaban a Urano por el Sol, que es una estrella central, relativamente inmóvil, que gira solo sobre su propio eje, regulando el tiempo y la medida, y que no puede ser desviado de sus verdaderas funciones.» (Masonería oculta, p. 447.) La nomenclatura de los días de la semana también es incorrecta. «El día del Sol (Sun-day: domingo) debería ser el día de Urano (Urani dies, Urandi)», añade el docto escritor.
[2] El Sistema Planetario.
[3] El Sol gira sobre su eje, en el mismo sentido en que los planetas giran en sus respectivas órbitas; así nos lo enseña la astronomía [en sentido antihorario].
[4] La Ciencia Oculta nos enseña que esta esencia de la materia de los cometas difiere totalmente de cualquier característica química o física conocida por la ciencia moderna. Es homogénea en su forma primitiva más allá de los Sistemas Solares y difiere totalmente cuando cruza los límites de la región de nuestra Tierra; alterada por las atmósferas de los planetas y de la materia ya compleja del tejido interplanetario, solo es heterogénea en nuestro mundo manifestado.
[5] Manas, el Principio de la Mente, o el Alma Humana.
[6] Buddhi, el Alma Divina.