En el reciente artículo, “El segundo Año del Sexto Septenio”, del libro “Le Mete Lontane” (de E. Savoini, Ed. Nuova Era; no traducido al castellano) citamos siete líneas de pensamiento en las que podría basarse una Nueva Religión mundial, que sea coherente con las energías nacientes de la Era de Acuario.
Volviendo nuestra mirada al futuro, que, como siempre, nos asombrará cuando se haga realidad, tratemos de fundamentar la primera de estas proposiciones, que reza:
«Debido a la ausencia, que será prolongada, del Sexto Rayo, la nueva religión no estará polarizada —como muchas anteriores— en la naturaleza emocional. La actitud religiosa no es de por sí necesariamente emocional. La futura actitud estará cualificada por un gran respeto, sincero y profundo, por la libertad, la vida y la conciencia de cada criatura: “menos lágrimas devotas y más gozo sincero”.»
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En Hojas del Jardín de Morya I, “Llamamiento”, de Agni Yoga, el maestro Tibetano dice:
«(…) Tú y Nosotros —unidos en espíritu.
Un Templo para todos —para todos, un Dios.
Múltiples Mundos están en la Morada del Todopoderoso.
Y el Espíritu Santo se adentra en todas partes.
Llegará la renovación del Mundo —las profecías se cumplirán.
El pueblo se levantará para construir un Templo nuevo.»
El Templo de la nueva Religión, el corazón de la Humanidad Una, será por lo tanto construido esencialmente por las gentes del mundo, como una forma de pensamiento grande y luminoso, utilizando las energías nacientes de Acuario: por el 5.o Rayo, de la Mente y el Conocimiento, y por el 7.o Rayo, del Orden Ceremonial y de la Magia, que son portados por su regente, Urano.
Desde sus albores, es decir, cuando ella se puso en pie y volvió la mirada al Cielo, la Humanidad identificó lo divino con el Sol, con la Luna, con las estrellas, con las fuerzas de la naturaleza, tratando de explicar el Misterio en el que estaba inmersa, a saber: el alternarse del día y de la noche, los acontecimientos de la vida, la muerte y lo que sucede después. Y pronto, en los distintos clanes se distinguieron algunas personas que tenían poderes personales particulares, que actuaban como apoderados de las distintas divinidades y que, consecuentemente, adoptaron posiciones de poder.
En el sucederse de las épocas, siempre se ha reproducido un patrón similar, a saber: una casta sacerdotal cerrada y poderosa (con la excepción obvia de los luminosos ejemplos de abnegación caritativa y sabiduría efectiva) se constituía en guardiana e intermediaria de las Enseñanzas de los Maestros y las traducía para el pueblo en decretos, prohibiciones, normas de conducta, cuya transgresión conllevaba no solo la amenaza del castigo celestial, sino también castigos más o menos severos por parte de las eventuales autoridades competentes. (En algunos países del mundo, hoy siguen vigentes los últimos residuos de ese pasado, que, sin embargo, la población, especialmente las mujeres, las más acosadas, se están rebelando y clamando por libertad.)
Al comienzo de la Era de Piscis, con la exaltación de las energías del segundo Rayo de Amor y Sabiduría y del sexto Rayo de Idealismo y Devoción, a medida que la conciencia humana comenzaba a crecer, el Cristo trajo la Enseñanza del Amor y la confió a la gente del mundo de una manera simple y poderosa: «Ama a tu prójimo como a ti mismo», «Ama a tus enemigos», … y ya sabemos cómo acabó eso en guerras santas, en abusos y persecuciones. Pero las palabras de poder no pasan de largo, permanecen como hitos que señalan el camino y, poco a poco, se implantan en la conciencia común.
Los libros de historia no nos cuentan que desde tiempos inmemoriales la Jerarquía de Maestros, seguida por una pequeña parte de la Humanidad más evolucionada y por tanto receptiva y colaboradora, ha velado por el destino de la raza humana, interviniendo en los momentos más críticos y señalando incansablemente el camino, uno y múltiple, de regreso a la Casa del Padre, en el gran ciclo de la evolución de la conciencia.
Hoy en día, la religión antropocéntrica de las prohibiciones, de la culpa, del sufrimiento autoinfligido para la gloria de Dios, de la fe infantil y emocional está perdiendo poder a medida que la humanidad se asienta cada vez más en el plano mental. En lugar de infiernos —un pensamiento ya casi totalmente obsoleto—, purgatorios o paraísos previstos al final de cada existencia, será evidente la realidad de la continuidad de la vida, que es un legado de las enseñanzas orientales desde la antigüedad, en la que se alternan los ciclos manifestados y no manifestados, en los que la conciencia evoluciona, reencarnándose bajo el impulso del karma, o de la ley de causa y efecto.
Incluso la división entre la razón y la fe —introducida acertadamente en Occidente en la época de la Ilustración porque los dos campos se habían vuelto irreconciliables— se está recomponiendo lentamente. La ciencia más avanzada, al explorar el Misterio con la razón, está hallando ahora respuestas que se aproximan a las de la fe, lo que las hace más esclarecedoras, precisamente porque también están fundamentadas por la comprensión mental.
El filósofo italiano Norberto Bobbio, padre del pensamiento laico que siempre se definió como un hombre de razón y no de fe, escribió en su “Ultime Volontà”: «No me considero ni ateo ni agnóstico. Como hombre de razón y no de fe, sé que estoy inmerso en el Misterio que la razón no puede penetrar del todo y que las diversas religiones interpretan de diversas maneras.»
Por lo tanto, el Misterio último seguirá siéndolo, y continuará atrayendo las mentes y los corazones humanos y solares; por consecuencia, es pueril dividirnos entre creyentes y no creyentes, entre seguidores de una u otra Enseñanza, mientras el Espíritu Santo se adentra en todas partes.
Por lo tanto, los “religiosos” son y serán aquellas personas que piensan por amor y que, trabajando activamente en cualquier campo, sienten por encima de todo la necesidad de comprender el sentido profundo de la existencia, haciendo preguntas al Espacio y a los Maestros o estudiando las leyes físicas del Universo, o “simplemente” aportando belleza y gozo a la existencia, no por un deseo de acumular conocimientos, por afirmación personal o placer estético, sino para servir al Bien común vertiendo agua de vida a los sedientos, según el lema de Acuario, el signo de la nueva Era. Y cada uno sacará de ella en la medida de su necesidad, o invocación.
Estos “Constructores libres” serán conscientemente telepáticos y estarán así unidos a través de una poderosa red interior; y formarán, de modo natural y continuo, una Jerarquía de Servicio con la de los Maestros de Sabiduría.
Los Maestros de todos los tiempos son los grandes Servidores del género humano. El Cristo dijo de sí mismo que era el más pequeño de los Siervos; y es interesante que recientemente el Papa actual afirmó que Dios es el primer Siervo, invirtiendo así el pensamiento hodierno que sostiene que somos nosotros los que debemos servirle. En realidad, el Servicio es otorgado desde lo Alto y debemos “rendirnos” a Su amor e “imitarlo”, y dejarnos atraer por Su Luz.
En la cadena del Servicio, la Humanidad —la intermediaria entre el Cielo y la Tierra— es así un dios menor llamado a atraer hacia sí los reinos inferiores de la naturaleza sobre los que tiene jurisdicción, es decir, responsabilidad. De este modo, todo se mantiene, y se garantiza el retorno de los muchos al Uno.
Por consiguiente, la nueva Religión se basará en la comprensión del poder del Servicio que es un proceso infinito de liberación. La capacidad de servir es directamente proporcional a la expansión de la conciencia y los que sirven deben tener siempre las manos vacías para que las energías superiores puedan llenarlas. Un pasaje de Agni Yoga dice: «Solo cuando se ha dado todo se puede recibir.» Es así como se nutre continuamente el proceso de dádiva. Es así como se evoluciona hacia el gozo del trabajo.
En efecto, la nota clave de la nueva Religión debe ser el gozo, ese gozo perfecto que San Francisco explicó al mundo con ligereza y sutil humor:
- El gozo de la infinita libertad interior conquistada día a día.
- El gozo de la entrega al Gran Servicio.
- El gozo de colaborar para restablecer el Plan divino en la Tierra.
- El gozo de la gratitud por la Belleza de la creación y por las obras humanas.
- El gozo de comprender el poder del pensamiento.
- El gozo de la Hermandad y de la Comunión universal.
- El gozo del trabajo realizado para ayudar a construir el Templo del Hombre y el mundo, como un cristal, como una flor, como un Hombre, como un Sol.
Aquel Maestro, a imitación del Cristo, nos enseñó también, con su vida, el gozo especial que se experimenta en todas las situaciones de escasez, dificultades materiales, fracasos, incomprensiones, dudas, rechazos y negativas, y en todo tipo de pruebas en todos los niveles, que hacen surgir gradualmente el poder dirimente de la Fe, es decir, la experiencia de lo divino.
Con nuestra mente firme en la Luz y nuestro corazón encendido de gozo, pongamos pues, como Humanidad Una, en el plano de la mente iluminada y unificadora, la primera piedra de la forma de pensamiento que definirá los contornos del Templo de la nueva Religión que el pueblo elevado se propone construir:
«Acción mental libre, unida en el gozo del Servicio infinito.»
«Sonríe, te otorgo el gozo de difundir
las Enseñanzas del Cristo.
El gozo de concebir la grandeza del Universo,
el gozo del trabajo,
el esfuerzo gozoso por llevarlo a cabo.»
«¡Gozo! No existe una hora de gloria presente.
Existe una hora de felicidad pasada,
y una de gozo futuro.
La hora pasada te retrasa,
el futuro te aproxima.
Y Yo he predispuesto para ti horas de beatitud futura.
¡Gozo!
Nada de lo que te retiene tiene valor alguno.
Vive la hora de la felicidad futura.
¡Gozo!»
(Hojas del Jardín de Morya I, “Llamamiento”, §153 y 339, Agni Yoga)
Nota: Este artículo se publica para celebrar la alineación de hoy entre el Sol/Vulcano (1.er Rayo de Voluntad y Poder) y Neptuno (6.o Rayo de Idealismo Abstracto y Devoción), el Señor de la Comunión.