El Amor y el Deseo

«No en vano un deseo, si es ferviente, se cumple. No es una conjetura ilusoria y oculta, sino una realidad. El pensamiento ardiente cristaliza de tal modo las esferas correspondientes que ya es una afirmación en sí mismo. (…) No dividan la vida, que es eterna. Pero todo deseo ferviente se cumplirá. Por lo tanto, muchas imágenes previstas ya han tomado forma en archivos inalterables. Miren estos deseos con plena conciencia, no sean superficial cuando se trata de la esencia de la Existencia.» (1)

«La voluntad empeñada crea combinaciones multiformes. Solo es posible crear si el pensamiento se empeña en acometer un deseo. Todo reside en el esfuerzo, que es la base firme de toda acción. Cuanto más vívidamente se expresa y más claramente se formula el propósito, más vigor crea. La gente no sabe desear, no conoce las técnicas creadoras, no dirige sus deseos hacia la meta. Por el contrario, cada pensamiento dotado de aspiración libera al espíritu de su escoria. Por lo tanto, el pensamiento apoya el deseo y la energía psíquica y esto actúa poderosamente en la vida. El deseo bien formulado da impulso a las acciones creadoras y el pensamiento intensifica la energía.» (2)

Solemos pensar que nuestros deseos deben abandonarse de alguna manera, comprometidos como están con el mundo cambiante, voluble e ilusorio de las emociones. Sin embargo, como atestiguan las Enseñanzas, el deseo, cuando es ferviente y puro, es el primer paso en el camino hacia el Infinito.
Incluso el etimónimo de la palabra ‘deseo’ confirma que es ese ímpetu el que impulsa a recuperar la unión con las estrellas que uno había perdido, al haber privilegiado los sombríos territorios de la separatividad y el egoísmo y de los que uno procedía originalmente. (de-sideratio)*.

Y es precisamente a las estrellas y a las Luminarias a las que dirigimos hoy nuestra mirada, ya que Marte y Júpiter se oponen heliocéntricamente en el eje Tauro-Escorpio, ese puente zodiacal en el que Eros se transforma en Philìa y luego en Agàpe.
La fuerza cautivadora de Marte, imagen de Eros, primero excita y sacude los vehículos humanos y luego los obliga a una apretada batalla para transferir energía desde el plexo solar, que Marte supervisa para la Humanidad ordinaria, hasta el centro del corazón, amorosamente custodiado y encendido, para los Discípulos e Iniciados, por la energía magnética y expansiva de Júpiter, emblema del Amor espiritual puro que todo lo contiene y alimenta.

«La Ley del Amor [Sexta Ley del Sistema Solar] es la ley del plano astral. Apunta a la transmutación de la naturaleza del deseo y lo vincula con el magnetismo superior del aspecto amor en el plano búddhico (3)

Donde Marte expresa inicialmente la mera satisfacción de deseos egoístas, Júpiter insta a las conciencias a expandirse, a aspirar a horizontes de hermandad y colaboración y, al final, a encender la llama interior e iluminar la vida propia y ajena con el poder de un deseo purificado y edificante, garantía de una conciencia de grupo conquistada.

Estos pasajes de la conciencia están bien descritos por Platón, que esboza en el Fedro y el Simposio, por boca de Sócrates, este camino ascendente del alma humana.
Eros, el amante, la expresión de la pasión, el deseo y el amor egocéntrico, se centra al principio en el pequeño yo y sus necesidades, ajeno al luminoso horizonte que se extiende más allá de su mirada fija en los aspectos materiales de la vida. Sin embargo, Eros es también una metáfora de la incesante búsqueda humana, del filósofo (también amante) que encarna la eterna tensión hacia el Uno que todo lo contiene y explica.
Así, luchando, sufriendo y comprendiendo, el hombre se abre camino hacia el Infinito que, por fin, ha vislumbrado y su corazón comienza a tender la mano a otros corazones, a convertir los deseos en aspiraciones, a compartir la belleza y el impulso hacia las alturas del espíritu. Eros ha dado paso a philìa, el amor que parte del sentimiento y se sublima en la cercanía fraternal y concordante entre los hombres.

Es siempre el mismo fuego que arde en la conciencia humana pero que poco a poco se purifica, deja atrás la escoria de la materia y, finalmente, florece en lo más íntimo de uno mismo como ágape, ese amor desinteresado y espiritual, ese “deseo transparente del bien” que se convierte en un don y un sacrificio, que no pide nada para sí mismo porque la esencia del Amor está en el Amor mismo y no pide nada más que poder derramar su fuego unificador por toda la creación.
Por lo tanto, el hombre solo se eleva al amor perfecto identificando un valor que es, de voluta en voluta, superior al de sus identificaciones anteriores, desprendiéndose al final de todo apego para remontarse al cielo esencial del Ser donde el Uno, el Bien, la Verdad y la Belleza son uno.
Y es también a través de la fe y el pensamiento puro que uno se eleva a las alturas celestes y cruza el puente que lleva del deseo al Amor.

«La fe es la palanca que permite penetrar en el espíritu humano y solo a través de ella se accede al Infinito. La poderosa palanca de la fe ayuda al espíritu a encontrar su camino.» (4)

Consecuentemente, el deseo, si está bien dirigido, si es ferviente y puro, nos lleva al Amor; este es abnegación completa e inagotable, disponibilidad absoluta, impulso sin segundas intenciones, voluntad de ayudar y comprender a cualquiera.
El Amor es también sencillez límpida y sabia al proponer la luz de los Principios supremos a las muchas conciencias sedientas de Verdad y Belleza, sencillez que refleja comprensión e inofensividad y que sabe encontrar la llave adecuada para abrir cada corazón al esplendor del Bien.
El deseo se revela entonces también como la manifestación inferior del servicio entendido como impulso ardiente por el bien del grupo, como el primer efecto manifestado de la expresión del alma que busca su camino para servir al prójimo.

«El desarrollo de lo que podríamos llamar “conciencia del corazón” o sentimiento verdadero, es el primer paso hacia la conciencia de grupo. (…) el servicio hoy es lo que es, porque los hombres responden a las nuevas influencias acuarianas en su cuerpo astral y lo expresan a través del plexo solar. Esto explica por qué el servicio de hoy es en gran medida de naturaleza emocional. (…) Sin embargo, cuando el servicio prestado se basa en una respuesta mental a las necesidades humanas, todo el asunto se eleva por encima de la ilusión y del valle del enturbiamiento astral. Los impulsos de servir se registran entonces en el centro cardíaco y no en el plexo solar; cuando esto ocurra de manera más general, las manifestaciones de servicio serán más felices y eficaces. (…) ¿Cómo definir el “Servicio”? No es fácil. Se han hecho demasiados intentos para definirlo desde el punto de vista de la personalidad. Se puede describir brevemente como el efecto espontáneo del contacto con el alma. Este contacto es tan preciso y estable que la vida del alma puede fluir en el instrumento que se ve obligada a utilizar en el plano físico. Es la forma en que la naturaleza del alma puede manifestarse en el mundo de los asuntos humanos. El servicio no es una cualidad ni una acción; no es una actividad por la que haya que esforzarse, ni un sistema para salvar el mundo. Esta distinción debe entenderse claramente, pues de lo contrario distorsiona toda la actitud hacia esta importantísima demostración de éxito evolutivo. El servicio es una manifestación de la vida. Y un impulso del alma. (…) Es un instinto del alma, por utilizar una expresión muy inadecuada, innata y propia de su desarrollo. Y su característica principal, como deseo es de naturaleza inferior. Es el deseo grupal, equivalente en este al deseo personal. Es el impulso hacia el bien grupal.» (5)

Apoyados en estas afirmaciones, esforcémonos denodadamente por convertir nuestros deseos en amor, nuestras necesidades en dones, nuestro egoísmo en sacrificio.
Aprovechando la fuerza impulsora y magnetizadora de Marte y Júpiter, el fuego de nuestra alma se encenderá, el corazón se purificará y la conciencia se expandirá.
Y estaremos listos para dar otro paso hacia el Misterio ígneo del Amor.

«Está bien no hablar de amor sino demostrarlo con hechos. (…)
De verdad, estos son tiempos de ataque; y cada roca
debe ser conquistado con movimientos astutos.
Apunten bien sus flechas.»
(Iluminación, § 284)


Notas:

  1. El Mundo del Fuego I,§ 186, Agni Yoga.
    2. Infinito II, § 396, Agni Yoga.
    *   Del latín ‘desideratio’, en la lengua astrológica significaba “el declinar de un astro por el horizonte”, de ahí “dejar de ver un astro”. Este término está compuesto por la preposición latina “de-” con el sentido de privación y el término sidus, sideris, “astro”.
    3. Tratado sobre el Fuego Cósmico, A. A. Bailey; vers. ingl., p. 569.
    4. Infinito I, § 46, Agni Yoga.
    5. Psicología Esotérica II, A. A. Bailey; vers. ingl., p. 123-5.


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