Educación ideal planetaria

«En efecto, la transformación del mundo se produce en la más alta tensión y la acompañan todo tipo de perturbaciones, enfermedades y cambios. Las energías proyectadas con gran potencia mueven los fuegos. Por lo tanto, en la Época del Fuego, la oscuridad se vuelve densa y todos los principios se manifiestan en un esfuerzo ardiente. La oscuridad, densa, crea el mal. La luz transforma el mundo. En ese gran período, la manifestación de la transmutación universal satura el espacio. En la Época del Fuego, cuando la Luz y las Tinieblas se enfrentan, la Bandera de la Paz se convierte en el símbolo fundamental del nuevo orden humano. Bajo esta bandera se unirán la Belleza, la Sabiduría, el Arte y todos los pueblos. Por lo tanto, solo las medidas más elevadas son apropiadas para la Bandera de la Paz. ¡En verdad!» (1)

Mientras el viejo mundo se desmorona ante nuestros ojos, al final de su ciclo, debemos acoger con gozo el cambio que ya se está anunciado, para poder sentar las bases del Nuevo mundo, precisamente en esta fase del Plan que nos ofrece la energía del año 5.6, cuya meta es: Modelación de los Ideales.

El Lambdoma de la Nueva Cultura y la Nueva Civilización ha sido elaborado para resaltar los Principios celestes, las Ideas que se traducirán en fórmulas, en Ideales que están orientados a inculcar la Idea de Hermandad cósmica, el punto de apoyo de la futura Humanidad.

Estas fórmulas son energías, simientes interiores que permiten precisar los pasos que se han de dar para saturar el Espacio, para hacer resurgir en la conciencia humana, entre otras cosas, la importancia de la educación y, sobre todo, su valor determinante dentro de la gran comunidad humana, particularmente en un momento histórico tan delicado y necesitado de operaciones educativas que sepan formar hombres nuevos, que sean capaces de amar el Espacio y tender hacia el Infinito que llevan dentro.

El núcleo, el punto fundamental en el que debe basarse la Nueva Educación, se halla en la fórmula del 6.6, Nutrir el ideal de la Humanidad Una, porque si queremos construir un Nuevo Mundo no podemos ignorar la educación de los jóvenes, para que no piensen solo en sí mismo, como hacía la vieja cultura, sino que se piensen y se vean en relación con la familia, el grupo y el país en el que han nacido y viven. También se les enseñará a pensar en términos de relaciones planetarias orientadas al Bien común y al significado intrínseco de los acontecimientos externos para relacionarlos con los valores espirituales más profundos y universales.

«Provocará un cambio muy necesario en los propósitos humanos, de los objetivos competitivos y materialistas de hoy a los que mejor expresan la Regla Áurea, y se establecerán correlaciones correctas entre individuos, grupos, partidos, naciones y en todo el mundo. La educación tendrá que abordar cada vez más tanto la totalidad de la vida como los detalles minúsculos de la existencia cotidiana individual. El niño, como individuo, será desarrollado y alimentado, preparado y dotado de un propósito, y se le mostrará la responsabilidad que tiene hacia el conjunto y el valor de la contribución que puede y debe hacer al grupo.» (2)

¿Cuál es la mejor manera de aproximarse al Ideal de la Humanidad Una si no es buscando y extrayendo de una de las mayores y más amplias reservas de unificación y armonía, que es el Espacio infinito?

Es necesario experimentar el espíritu, aproximarse con la mente y el corazón a la Realidad superior y a su Sacralidad, componiendo la melodía de nuestra vida con las cualidades de libertad, ligereza y belleza que evocan la armonía presente en el momento que logramos la plenitud con nosotros mismos, con los demás, con el mundo y con el universo entero, y entonces, y solo entonces, la música acompañará nuestra existencia terrenal sin interrupción, pero también sin repetición, retocando ritmos y tiempos, cambiando instrumentos y temas.

Así, lo inmutable y lo mutable, lo continuo y lo discontinuo, el ser y el devenir se mezclan para mostrar que la vida no está separada en muchas partes, sino que es un todo: es como el aliento que no puede detenerse, que nos obliga a abrirnos, a no reprimirnos, a dejarnos llevar.

Así, el devenir se vuelve tangible, la espiritualidad interior se enfrenta, con la valentía del corazón, a las dificultades de la existencia; y el Ser trasluce a través del devenir, que, como parece, se desvanece en esta vida terrenal que se balancea. La vida espiritual puede experimentarse en forma de un ser por medio de la exploración de nuevos horizontes y de la puesta a prueba de la propia capacidad de renovarse continuamente para conocer más y más su auténtico ser.

La Nueva Educación planetaria no puede prescindir de una investigación continua y escrupulosa, pero también libre y valiente, encaminada al conocimiento de la Realidad y sus leyes, orientada al Bien común, que concierne a toda la creación y al espacio ilimitado de la conciencia.

Se puede decir que nuestro primer y absoluto maestro es el propio Cielo, el campo magnético infinito que atrae a todas las criaturas a descubrir la Verdad, es decir, Su Realidad: teniendo todas las cualidades de lo divino, él es creativo y abarca todo y todas las potencialidades, es un Corazón sin límites que prepara los caminos para que cada criatura pueda explorarlo y reconocerlo en su propio corazón.

La evolución es un proceso educativo que tiene a la conciencia como su alumno y al Cielo como su excelso maestro, que es el más adecuado para llevar a cabo las transiciones de cualidad.

Sería primordial lograr una educación gradual de la conciencia con el fin de expandirla, respetando los principios de las diferentes culturas y los tiempos de cada una, para lograr una unificación del pensamiento humano sobre conceptos universales. La evolución nutre y eleva constantemente todas las conciencias con un amor tan fuerte que les permite fluir hacia campos cada vez más elevados, para buscar la unidad del Todo: lo absoluto solo puede abordarse con la expansión de la conciencia.

Educar es una tarea permanente para la humanidad que requiere de los educadores de hoy una nueva conciencia, un gran sentido de la responsabilidad, una visión de futuro, una búsqueda del bien común, la capacidad de escuchar, la capacidad de comunicar de manera profunda los verdaderos significados de la vida, a fin de evitar poner límites a las potencialidades de los individuos.

Hay muchas formas de captar la atención de quienes aprenden; pero el educador debe estar dispuesto a hacer un gran trabajo consigo mismo para comprender sus reacciones emocionales, sus motivaciones básicas y su forma de abordar las vidas jóvenes que le han sido encomendadas, para comprender plenamente que no se trata de vasijas de barro que hay que moldear y llenar, sino de conciencias que hay que cuidar y despertar.

Es necesario un cambio radical de la formación de los educadores, que con demasiada frecuencia adquieren conocimientos teóricos para aplicarlos a la experiencia, mientras que sería preferible modelar un conocimiento reflexivo a partir de la experiencia, que ponga al sujeto en contacto directo con la realidad a fin de encontrar las dificultades y aprender a considerarlas desde varios puntos de vista, incluido el espiritual.

Modelar un pensamiento reflexivo podría ser una ventaja para todo educador, ya que tomaría conciencia de cómo se piensa y cómo se actúa, convirtiéndose en un buscador de la verdad.

Para lograr todo esto, es menester crear grupos de educadores espirituales, porque educar significa sacar lo mejor de cada uno por amor, con la intención de desarrollar sus talentos, el espíritu de cooperación y comunión para poder viajar en el Universo que, a través del Dos, reúne y acoge a todas las criaturas, nutriéndolas con cuidado y poniendo cada parte en relación con las demás, logrando incluir y mantener unidas las energías más dispares.

El advenimiento de la Nueva Era nos exige devolver al hombre su dimensión humana, entendida como puerta de entrada a la investigación espiritual, al crecimiento del amor por medio del conocimiento en un sentido amplio, que sea capaz de adentrarse entre y más allá de los opuestos para redescubrir el placer de sentirnos protagonistas libres y conscientes de nuestra propia experiencia de vida y recuperar aquellos valores superiores que se han perdido en el laberinto de una educación centralista que nos ha llevado a la situación actual.

El campo de servicio de la Educación es la Humanidad Una, que llegará a ser un solo imán vivo, que se volverá al Cielo y trabajará en beneficio de todos.

Antes de aplicar las leyes del Universo, es importante conocerlas y comprenderlas; y para ello, primero hay que armarse de mucha paciencia, abrir el corazón, dejar atrás todo personalismo y educar la intuición.

La naturaleza del Espacio es el amor; y por lo tanto, es esta energía la que debemos utilizar con equidad en el campo de la educación, porque de esta manera el pensamiento se refina, se purifica y se manifiesta según los cánones superiores, puesto que en el Infinito no hay cantidades, solo concomitancia y proporción; y la simetría es el arte de la proporción, el poder de la Belleza.

Todos los aspectos de la vida en el nuevo mundo y en la nueva educación, que es uno de los más importantes como campo fértil para fijar el Propósito divino, se organizarán de tal manera que se realice el propósito para el que fue creada la vida humana, es decir, un mundo de justicia, honestidad y armonía, en el que el verdadero amor reinará de manera suprema en todas las esferas de la existencia.

Lamentablemente, todavía existen divisiones en el seno de muchas asociaciones de discípulos; si bien que, en esta incipiente era de Acuario, ya hay intentos de establecer comunión y también varios ejemplos de colaboración entre grupos esotéricos. Urge superar las divergencias y el egocentrismo para que las energías fluyan juntas y se concentren en la educación del pueblo.

El Maestro Tibetano se expresa con frecuencia sobre las divisiones que distinguen a los grupos de discípulos y que constituyen un problema para implementar el Plan divino en la Tierra; en sus libros expone reiteradamente el problema de encontrar personas que están animadas por un sentido humanitario y por una voluntad espiritual, quienes, trabajando juntos, planifican el trabajo futuro para mejorar las condiciones de la humanidad.

Desde tiempos inmemoriales se ha exigido al hombre que cuide de todo bien, como leemos, por ejemplo, en el libro de Génesis: El Dios Eterno tomó al hombre y lo colocó en el Jardín del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara; pero con demasiada frecuencia el hombre no ha estado a la altura de las expectativas expresadas en este llamamiento.

Concebir la Unidad de la Vida y actuar por el Bien común implica que cada persona no solo se beneficie de los recursos, sino que también contribuya a ellos. Por eso es importante que cada persona se convierta en un centro económico y cultural consciente y —empezando por sí mismo— participe activamente en la administración de la casa común.

En la actualidad presenciamos cada vez más la unificación de los mercados a nivel mundial; y la globalización a nivel económico ha contribuido a la ruptura de las barreras entre los pueblos. Recientemente hemos visto un intercambio de conocimientos y experiencias médicas y científicas entre las naciones por temor a una pandemia.

La grave crisis económica que afecta a todos los países exige un cambio de reglas. Las viejas estructuras económicas  están obsoletas y deben ser abandonadas. Cada vez más Estados se dan cuenta, especialmente en Europa, de que deben trabajar por el Bien común, por la salvación de todos y por la protección del planeta. Es un desafío trascendental que toda la humanidad debe afrontar superando el egoísmo.

«Ahora se piensa en una comunidad que ya no gravita en torno a un bien determinado, sino que se modela según el inefable Bien general, con valor solar. Su poder trascendente deriva precisamente de su carácter indescriptible y, por lo tanto, es adaptable a cualquier conciencia. Una sociedad así tendería a la unidad, poco a poco, a medida que mejora apoyada en la marea evolutiva. Y los contrastes, en lugar de acentuarse, se irían desvaneciendo.» (3)

Hoy en día, una gran contribución al logro de la unidad y la Hermandad de la raza humana está siendo realizada por el séptimo Rayo, que no hace mucho se manifestó; y es esa Energía organizadora y mágica que promueve la unidad común de los organismos más disímiles, sintonizando partes o sectores distintos en un solo organismo vivo, dando vida a entes muy complejos, como un hombre o como un Sistema Solar. El séptimo Rayo es, por tanto, esa Potencia necesaria para la Comunión, porque impulsa a la unidad en la diversidad.

«(…) es el momento en el que se sientan las bases de esa nueva especie de seres humanos que hará emerger una unidad más evolucionada en la familia humana.» (4)

En el Infinito uno nunca deja de aprender y enseñar.


  1. Jerarquía, § 377, Agni Yoga.
  2. La Educación en la Nueva Era, A. Bailey, p. 112, Ed. Sirio; vers. ingl., pp. 84-5.
  3. Scritti e commenti, 3Settennio anno 1; textos inéditos, TPS.
  4. La Educación en la Nueva Era, A. Bailey.

Nota: Este artículo ha sido traducido del original en italiano; consultar aquí.

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