El Paso

Hoy, en el novilunio de Piscis, «el descenso a las profundidades» de la Psique, publicamos este aporte de Lorenzo M. (victoryproject.net)

La terapia está en nosotros

El yo

A fin de dar un paso evolutivo es necesario emanciparse del yo. Esto corresponde a una estructura histórico-cultural con la que nos identificamos frecuentemente. Podríamos imaginárnosla como una jaula, incluso en un sentido amplio, como un contenedor dentro del cual vivimos hechizos, sueños, sugestiones. A este respecto, cabe destacar el horizonte que Truman Burbank perfora con el bauprés de su barco. Allí se produce el momento en que se da cuenta de que todo lo que había vivido era instrumentado para un asunto que no era el suyo. Se da cuenta de que lo que había creído acerca de sí mismo, de sus semejantes, de la vida, no era más que una ficción; percibe que su papel, sus elecciones, lo que defendía y desafiaba dentro de ese horizonte, no eran más que esa jaula.

El Yo

A partir de ese momento se puede —podemos— recuperar el yo; esa profundidad de nosotros a la que se nos impidió acceder; esa condición de fortaleza y libertad de la debilidad. De este modo, liberados de la identidad forzada que creíamos ser y del papel que creíamos tener que desempeñar, podemos reconocer que la misma magia negra les ocurre a los demás. Entonces, definitivamente ya no somos Lorenzo, Hugo, Ernesto o Pedro, ni maestro, ni profesional, ni artesano. En cambio, somos terminales de la naturaleza, hojas que son necesarias en el árbol de la vida, a las que, debido a las necesidades de la historia y, por la cultura de la época y del lugar, hemos tenido un nombre y desempeñado un papel.

Los creadores del mundo

Emanciparse del yo es emanciparse de los juicios con los que nos identificamos y cosificamos el mundo; es tomar conciencia de que cualquier mundo y realidad que describamos es solo una expresión de nosotros mismos, de todas las limitaciones históricas y culturales, de todos los sentimientos y emociones que solo existen dentro de nosotros.

¿Y una vez que se haya tomado conciencia de la estructura egoica? Si nos detenemos a observar lo que nos mueve y el origen de nuestros juicios, podemos tomar conciencia de que somos nosotros los autores de nuestra condición. Podríamos ver, tocar y, además, saber cuándo y por qué generamos un malestar —incluso la enfermedad— y cuándo y por qué permanecemos en un estado de bienestar, independientemente de nuestra situación social, del papel que desempeñamos o de nuestro estado de salud. Es decir, un estado de dificultad o postración tiende a ser nutrido por nosotros en función de cuánto no reconozcamos en nosotros mismos el origen de ese mismo estado. Eso tiene la tendencia a crecer, es decir, tiende a atribuir la responsabilidad de nuestra condición a quienes están fuera de nosotros.

Diariamente tenemos oportunidades, constantes e innumerables, de observar, de ver cómo varía nuestro estado y el de los demás según el sentimiento que experimentamos y que también ellos experimentan, más precisamente, en función de la identificación de uno mismo con un determinado sentimiento que tenderá a ser positivo (amor) o negativo (odio) en función del juicio expresado sobre el mundo. 

La asunción

Asumir la responsabilidad de lo que aquí se menciona nada tiene que ver con las responsabilidades morales, jurídicas y todas aquellas que están reguladas por los códigos de procedimiento civil o penal; no tiene nada que ver con las costumbres histórico-culturales; estas son producciones egóicas. Limitarse a ellas y a su lógica es quedar atrapado en el perímetro opresivo del yo, en la sugestión de la cultura. Son responsabilidades que solo valen en la jaula real y en el falso cielo de Truman Burbank. Aunque si estas nos den la razón o no, el derecho o el deber de apoyar nuestra posición, podemos —y, en un contexto evolutivo, debemos— asumir la responsabilidad de lo que nos ha herido, debemos llegar a reconocer que esa herida está implícita en el juicio con el que la hemos identificado. Consecuentemente, dar este paso es también reconocer que este castigo necesitaba realmente de nuestra estructura para poder implementarse. En otra estructura o concepción no habría dado en el blanco, no habría herido. No significa tener que desaparecer, deslegitimando la propia historia; significa aprovechar la oportunidad para volverse invulnerable a los golpes que antes eran fatales.

Las pretensiones

En el contexto de este tema, es conveniente mencionar la pretensión. Es una forma de juicio que nos obliga a esperar lo que esperamos, porque solo a través de la realización del resultado esperado y deseado mantenemos o hacemos crecer nuestro bienestar. Descubrir las pretensiones que se van insinuando en nuestros enunciados es descubrir la lógica del yo y, al mismo tiempo, sus puntos débiles, donde puede ser desenmascarado. De lo contrario, seremos presa de fuerzas invisibles con las que no se puede competir y que nos mantienen atados a dependencias y hábitos, a costumbres y leyes, con las que no tenemos otro destino que compensarlas, naturalmente, con el sufrimiento.

La preparación

El gradiente de emancipación del yo se expresa siempre por nuestras afirmaciones, por nuestras prácticas. Estar concentrados, no perturbarnos más por lo que nos distraía, no reaccionar, seguir escuchando, son expresiones que tienden a demostrarlo, sin dejarnos engañar por un crecimiento lineal y permanente de nuestra capacidad de invulnerabilidad. Hay que entrenar el distanciamiento de la dimensión egóica. Las recaídas en la jaula estrecha y lúgubre deben ser consideradas como posibles eventualidades. Cuando se produzcan la aflicción, el sufrimiento que implican, en cuanto a la duración y la intensidad, se reducirá proporcionalmente según el gradiente de emancipación que seamos capaces de explotar.

El punto de atención

Al igual que la identificación con el sentimiento que experimentamos, el punto de atención tiende a determinar la realidad, la reduce a lo que es conveniente para todas las autoindulgencias que nos permitimos. También es recomendable tomar conciencia de esto;  mejor dicho, es necesario, si uno aspira a liberarse del sufrimiento que provocan algunas de nuestras atenciones.

El tiempo

En nuestra biografía y en la de los demás, así como en nuestro presente y en el de los demás, podemos observar que en el dolor el tiempo se dilata si lo experimentamos como infinito, se reduce si nos concienciamos de que tendrá un final. Junto con el tiempo y del mismo modo, la dimensión del sufrimiento variará. Es una magia que siempre puede ser aplicada. El tiempo —que está firme en el aquí y ahora— nos presiona con las ansias de los papeles que creemos que nos corresponden, que debemos desempeñar y defender, cueste lo que cueste, hasta el punto de atrincherarse, de trepar por encima del cristal, de avasallar, de mentir, de ignorar, de negar, de fingir, de no reconocer, de odiar. Como se ha dicho, la realidad que creemos observar no es más que un producto de nuestra propia proyección inconsciente.

¿Renunciar?

Esto no implica una aceptación pasiva y mortificada, no conduce a la alienación de la frustración; no se logra el renunciando a nuestros intereses, a nuestras pasiones. Más bien, esto nos permite luchar con mayor creatividad, es decir, con la disponibilidad de lo mejor de nosotros; una que, aunque tiende con altibajos a implementar nuestra invulnerabilidad, nos proporciona información sobre nosotros mismos, normalmente oculta bajo capas de moralismo, orgullo, interés propio, vanidad. Ser capaces de ser lo que somos en el momento, libres de las sugerencias de valores y de las ideologías grandes y pequeñas, del momento y de las épocas, contingentes e idiosincrásicas, es perfectamente funcional para la mejor gestión de los acontecimientos de la vida, para las elecciones que hay que hacer. No significa que ya no tengamos que obedecer las costumbres que no son nuestras o con las que no compartimos. Más bien, incluso en estas circunstancias, la renuncia a nosotros mismos se hará conscientemente y en la medida en que lo permitamos. Así se evitará atribuir la responsabilidad a otros en caso de que esa elección provoque inconvenientes.

El victimismo

El victimismo nos acecha con la misma astucia que las pretensiones. Si, por un lado, es un grito, como una enfermedad, un pedido de atención y ayuda; por otro, es una expresión de inadecuación al contexto en el que emerge a través de nosotros. Si es crónica, es un tipo de patología profunda. Reconocerlo como un tentáculo que nos mantiene en la miseria espiritual, es reconocerlo como un argumento del yo. Ocultarnos nuestro victimismo y sustentar las razones que lo han provocaron es impedirnos dar el paso concreto, carnal, que sabemos afirmar con palabras, que hemos comprendido intelectualmente. Pero considerar que la comprensión intelectual es el punto final sigue siendo adentrarse en el pseudoconocimiento que domina bajo el cielo de cartón de Seaside, la ciudad de Truman. Nos da la razón, todas las razones; conforta, impulsa y apoya nuestras acciones y, antes de eso, nuestros pensamientos. De estos surge el mundo que creemos observar: el mundo autorreferencial de las costumbres, que ciertamente tienen una razón histórica, pero que igualmente hacen del hombre un títere movido por hilos que no controla. Recrearse es necesario, comprender no cuenta para nada.

Todo en un instante

Reduciendo nuestra vida y la de los que amamos a un instante, ¿nos gustaría que se consumara en el malestar, la tristeza, la recriminación, el resentimiento? Esto alude a que la vida es un regalo. Rechazarlo o no reconocerlo es gastarlo de la peor manera para nosotros y nuestro prójimo. Por consiguiente, los días y los momentos son regalos. Esto es lo que ocurre, liberados de la posesión satánica de nuestra creatividad inconsciente, tan halagada como circunscrita por los demonios del ego.

La invulnerabilidad

La emancipación del yo implica un proceso de evolución que nos permite reconocer cómo reducir el nivel de vulnerabilidad, es decir, de las ocasiones en que las energías que fluyen en nuestro interior se detienen, se atascan y se traban hasta generar tristeza, enfermedades crónicas y dolencias, verdaderos cortocircuitos y separaciones del cosmos.

El conocimiento

Lo que se ha mencionado hasta ahora se refiere a la emancipación del yo como forma definida de una identidad y un papel con el que nos identificamos. Antes de que se produzca esta paridad, antes de que se rompa el cielo de cartón, el conocimiento es analítico, sectorial, racional y superficial, a pesar de las profundidades específicas y técnicas que puede alcanzar. Proyectar un puente, elaborar la estructura atómica, etc., son ejemplos y emblemas de ello.

Una vez completada la emancipación, y con todas las fluctuaciones o recaídas a las que estamos sujetos, accedemos al conocimiento cabal de nuestro ser. Este lleva implícito un conocimiento que no tiene nada de racional. Se produce a través de dimensiones estéticas, cuya característica es transitar sobre los puentes emocionales. Los ascetas, los artistas, los poetas son una expresión de esto. Todos somos una expresión de este conocimiento cuando captamos la naturaleza que representamos, los dones y las limitaciones que tenemos y que tienen los demás, el estado emocional y motivacional en el que nos encontramos y en el que se encuentran los demás y la combinación de fuerzas que crea los acontecimientos, la necesidad de los llamados errores cometidos. En este conocimiento, la dimensión histórica del yo sigue presente, aunque privada del dominio al que estábamos sometidos.

Muchos de nosotros, quizás todos, nos jactamos de la experiencia del estado de gracia. Es una condición en la que experimentamos lo que significa moverse a través del sentimiento. Reconocemos que podemos ser lo que estamos haciendo, es decir, sin un yo actor al que obedecer, así como el alto grado de creatividad, cualidad y éxito que se desata. No se trata de tirar el conocimiento por la borda, sino de impedir que nos abrume o nos coarte. Al mismo tiempo, tomamos conciencia de lo que requiere moverse a través de las normas y las vanidades. Nos damos cuenta de que en la lista de los pros y contras, con la que intentamos llegar a elegir, no estamos presentes, que somos víctimas de la cultura y la costumbre. Nombrar y clasificar impide la maravilla de la correlación, del descubrimiento. Así, el niño y el adulto que agarran una nuez, no hacen más que un gesto enajenado. El mismo niño y del mismo adulto se dan cuenta de una realidad diferente cuando no están dominados por el hábito de nombrar y clasificar.

Cuando el yo histórico también se desvanece, tenemos acceso al Yo universal. Si antes la dimensión dual seguía presente, ahora solo se experimenta la unidad, la eternidad, el infinito; un conocimiento que puede describirse como un flujo de energías que animan el cosmos, que dan forma a la historia material y que solo la soberbia de la historia egóica las puede interrumpir. Se lleva a cabo sin que nadie actúe para que suceda. Todo asunto histórico ya no le proporciona ningún apoyo; más bien, lo reduce a estados que lo contradicen y lo niegan, siempre y cuando no tengan la intención de convertirlos en un charlatanismo utilizando la llamada ciencia, que no es más que un sistema autorreferencial que hace coincidir la verdad solo con lo que es capaz de medir y repetir siempre de un modo idéntico. La física cuántica y la teoría de cuerdas, y sobre todo la filosofía que surge con ellas, se alejan de este conocimiento y afirman los límites de la mecánica clásica, que la mayoría sigue acreditando como la única forma de conocer el mundo.

Este es el paso dado por los hombres de conocimiento, que cruzan el umbral del mundo dual, más allá del cual hay luz, bienaventuranza, belleza, participación en el Todo y amor incondicional, por medio del cual somos todo lo que existe, el infinito y todo lo que lo compone sin necesidad de un lugar y tiempo definido en el que estar.

El paso perdido

Quienes critican la investigación espiritual como un proceso individual no se dan cuenta del inconmensurable valor social que implica. Parafraseando lo que Carlos Castañeda nos dice de Don Juan, es posible recrear la verdad de que las calles que no tienen corazón no conducen al conocimiento.

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