Veintiséis Siglos de Espacio

«Abordando el tema con el corazón abierto y utilizando la mente analógica, es posible comprobar cómo la ciencia y la tradición —los pilares responsables, junto con el arte, de la evolución de la conciencia humana— pueden apoyarse y complementarse con sencillez y belleza. (…)

Mantener separadas, o incluso considerar antagónicas estas fuentes —en formas y lenguajes diferentes, que son descendientes de la Fuente única— provoca estancamientos o un crecimiento desarmónico de la conciencia.» Extractos de El Sonido Creador


El concepto de Espacio que hoy se tiene en Física es el resultado de un larguísimo diálogo entre la Filosofía y la Física que comenzó con Anaximandro, luego Aristóteles y pasó por Newton, Kant y Ernst Mach, hasta llegar a Einstein.

Hace veintiséis siglos, Anaximandro se preguntaba cómo el Sol y la Luna conseguían “pasar” por debajo de la Tierra para reaparecer al día siguiente en el lado opuesto del horizonte. Para responder a esta pregunta, él llegó a plantear la hipótesis de que la Tierra estaba suspendida en un “espacio” y que, de este modo, la Luna y el Sol podían pasar por debajo de ella. Oficialmente, la “ciencia” nació con Anaximandro.

Para Aristóteles, en su monumental obra “La Física”, el espacio es «lo que está cerca de algo»: mi mano está cerca de la mesa, que está cerca del suelo y cerca de la ventana. El Espacio aristotélico es la suma de los objetos que se hallan próximos al objeto dado, dentro de un perímetro determinado, o sea, el conjunto de los objetos y de la relaciones entre los objetos. Para Aristóteles, al ser el espacio un concepto relacional, el espacio vacío no puede existir, porque si lo quito todo —todos los objetos—, no queda nada vacío, no queda nada en absoluto.

Para Newton, las cosas son diferentes. Al espacio aristotélico, él lo denomina “concepto común”; pero hay otro espacio universal, fijo, cartesiano, plano, euclidiano, que existe independientemente de todo. Newton matematizó el espacio para poder hacer cálculos, y así formalizó el concepto de «distancia cartesiana». En el espacio newtoniano, si se eliminan todos los objetos, sigue siendo una entidad vacía, lo que contradice la inexistencia del espacio vacío de Aristóteles. En este asunto también encaja Kant, quien intenta fundamentar el concepto de espacio partiendo únicamente de la razón pura. Kant estudió a fondo a Newton y llegó a la conclusión de que el espacio es una «forma a priori de nuestra intuición». Así, para Kant, el espacio existe porque así lo intuimos y es, consecuentemente, un producto de nuestro pensamiento. Ahora sabemos que Kant se equivocó porque intentó fundamentar la obra de Newton en la lógica y el pensamiento; pero hoy también sabemos que las leyes de Newton son solo descripciones aproximadas de las leyes de la naturaleza. Una prueba de ello es la incapacidad de la ley de gravitación universal de Newton para describir la órbita anómala de Mercurio. A fin de justificar a Newton y dar sentido a las anomalías de la órbita de Mercurio, en 1846 se llegó a plantear la hipótesis de la existencia de un planeta (Vulcano) con una órbita más interna que la de Mercurio. Hoy sabemos que la precesión del perihelio de la órbita de Mercurio está afectada por las deformaciones del espacio-tiempo en las inmediaciones del Sol; anomalías que las leyes de Newton, debido a su carácter aproximado, no podrían describir. Entonces, si el andamiaje de Newton es incorrecto, incluso Kant no puede derivar algo que sea incorrecto a priori de acuerdo con la lógica y el razonamiento puro. La discusión sobre el concepto de espacio continúa y llegamos a la gran intuición de Einstein. En parte, Einstein está de acuerdo con Newton cuando afirma que el espacio es una entidad por derecho propio; pero discrepa de él cuando Newton afirma que esta entidad es absoluta y fija. Para Einstein, el espacio es un escenario donde tienen lugar los “acontecimientos”, y está impregnado de campos, como el electromagnético, que es el responsable de todos los fenómenos eléctricos y magnéticos, como las ondas de radio y la luz, y el campo de Dirac, que en sus “modos” de interacción da lugar a las partículas elementales, como los electrones y los quarks; hoy sabemos que existe otro campo que era desconocido en la época de Einstein y es el campo de Higgs, el responsable de la masa de todas las partículas que forman la materia conocida.

Este escenario donde tienen lugar los acontecimientos de la naturaleza y que contiene los objetos y entidades naturales, según la gran intuición de Einstein, no es una cosa fija e inmutable (a la manera de Newton), sino que es, a su vez, un campo; y precisamente para la Física, es el «campo gravitacional, o campo gravitatorio». Esta concepción se aproxima, en la visión esotérica y mucho más allá de la dimensión “física” de la Realidad, al Campo infinito del Espacio vivo cuyas relaciones se determinan y gestionan según la ley de Atracción y Repulsión (algunas de las teorías provisionales que se estudian en Física también contemplan situaciones en las que existe una «gravedad repulsiva»).

El espacio no es algo donde también actúa el campo gravitacional, sino que es el campo mismo donde tienen lugar todos los demás acontecimientos naturales.

Detengámonos un momento en este concepto porque es fundamental. Empecemos por una analogía que debería ser más explicativa. Supongamos que estamos en una isla en la que la riqueza faunística rebosa. En esta isla conviven una gran cantidad de animales que viven y se preocupan de sus asuntos. Esta es la visión de Newton. Ahora supongamos que nos acercamos un poco más y nos damos cuenta de que la isla no es una isla, sino el lomo de una ballena gigante. Así que los animales no están sobre la tierra, fija e inmutable, sino sobre otro animal, que puede moverse. Este es el punto de vista de Einstein, los campos actúan y se mueven en otro campo que, a su vez, puede moverse. Por lo tanto, para Einstein el espacio de Newton es el campo gravitacional cuando consideramos este campo como algo inmóvil. Consecuentemente, en general, en la visión einsteiniana, lo que llamamos espacio es un aspecto del campo gravitacional. También en este caso, como en el de Aristóteles, si eliminamos el campo gravitatorio, no queda nada; no un espacio contenedor vacío, sino nada en absoluto. Por consiguiente, el espacio de Einstein puede moverse, curvarse y estirarse. Otro gran científico, John Wheeler, lo resumió muy bien diciendo: «La materia-energía le dice al espacio cómo tiene que curvarse y el espacio le dice a la materia-energía cómo ha de moverse y fluir.» Este fenómeno del que habla Wheeler lo tenemos delante de los ojos todo el tiempo. Parece que voy a decir algo absurdo, pero es cierto que cuando lanzamos una pelota, esta se mueve en línea recta. La pelota se mueve en línea recta, pero en un espacio curvo, por eso vemos que su trayectoria describe una parábola. El espacio es curvo porque la masa de la Tierra deforma el espacio circundante. Los planetas del Sistema Solar se mueven en movimiento rectilíneo, pero también se mueven en un espacio curvado por la masa del Sol, por eso vemos órbitas elípticas. Lo que aquí llamamos «espacio curvo» es el campo gravitacional de Einstein.

Lo que Newton llamaba la «fuerza de gravedad a distancia», con Einstein pierde la connotación de “fuerza” y se convierte en una propiedad totalmente geométrica del espacio, que a su vez es uno de los aspectos de un campo físico (gravitacional) como el campo de Dirac o el campo electromagnético.

Llegamos a 1915. En 1926, cuando su relatividad ya había sido ampliamente demostrada, Einstein escribió: «Sí, mi teoría es admirable, pero no puede ser el punto final del concepto de Espacio y Tiempo, porque existe la Mecánica Cuántica.» Einstein ya se había dado cuenta de que, para definir mejor y ampliar el concepto de espacio, era necesario dar un paso más y comprender los extrañísimos conceptos derivados de la Mecánica Cuántica. Hoy, más de cien años después de la publicación de la Teoría de la Relatividad y casi cien años después de la formalización matemática de la Mecánica Cuántica por Heisenberg, seguimos esperando ese paso más. Existen teorías provisionales que pretenden unificar estos dos grandes logros conceptuales del siglo pasado, y se han dado pasos prometedores en esta dirección, pero aún no hemos sido capaces de comprender plenamente cómo conciliar la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica. Tomadas por separado, estas dos grandes teorías funcionan sorprendentemente bien; los resultados experimentales son extraordinarios. La Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica son, aparentemente, incompatibles entre sí. Entonces, ¿cómo es posible que haya dos teorías que modelan el mismo universo maravillosamente bien, pero que no funcionan cuando se toman juntas? Lo que hace falta es dar un paso más; y de nuevo, este paso implica tener que cambiar el concepto del espacio que tenemos. Si para Einstein el espacio (físico) es una manifestación de un campo (el campo gravitacional), hoy este campo debe considerarse cuántico. ¿Qué significa esto? Significa que debemos considerar que el espacio no es solo algo continuo, sino también algo “discreto” (tejido subespacial), formado por gránulos, por «cuantos de espacio», como los cuantos del campo electromagnético (los fotones) o los cuantos del campo de Dirac (las partículas).

Por lo tanto, si el espacio está cuantizado, tendrá todos esos comportamientos “extraños” a los que nos tiene acostumbrados la Mecánica Cuántica, como son la pérdida del concepto de causalidad (lo que ocurre antes es la causa de lo que ocurre después) y del concepto de medida (Principio de Incertidumbre de Heisenberg); por eso, medir el tiempo y el espacio en este nivel pierde todo sentido (este es un punto de importancia fundamental que requiere una amplia discusión que será objeto de un artículo futuro). El espacio tal como lo percibimos (exotérico) sería así la manifestación de un «proceso emergente» a partir de un sustrato de indeterminación cuántica. En pocas palabras: «Hay algo, una textura esencial que, gracias a un algo catalizador, conduce a una transformación de fase (como del agua al hielo) y se convierte en espacio (y tiempo) tal como lo percibimos; se convierte en el Universo que conocemos.»

Esto es lo más difícil de comprender; y si no podemos comprenderlo, no hemos de preocuparnos, porque nadie lo ha comprendido desde hace cien años; pero la Física nos muestra que esta es la dirección correcta que se ha de seguir.

Así pues, tras veintiséis siglos de mutación continua del concepto de espacio, nos encontramos de nuevo en un punto en el que es necesario dar otro salto, otro cambio de visión; una perspectiva donde el espacio (manifestado o “físico”) está formado por gránulos de campo gravitacional (Estos gránulos pueden compararse con los “átomos” aformales de la Ciencia Oculta, las unidades básicas de la Materia/Sustancia-Espacio, inmanifestadas para nuestra conciencia humana. Sobre este tema ver: Principios de Luz y Color, por Edwin D. Babbit), donde el espacio no es más que un proceso que surge de una transición de fase, donde el espacio es una entidad que surge de un “impulso” que es el origen de esta transición. Qué es este impulso, la Física aún no lo sabe. Se están elaborando teorías en esta dirección. ¿Puede la Física por sí sola llegar a dar estas respuestas? Tal vez no. El largo diálogo entre la Física y la Filosofía continúa y debe expandirse y enriquecerse cada vez más.


 

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