La Idea de Hombre

Este año están previstos dos artículos de etimosofía: el de hoy, dedicado a la idea de Hombre, y el siguiente, dentro de unos seis meses, destinado a desarrollar algunos conceptos y dedicado a la idea de Siervo de mundo.*

Estamos viviendo el tercer ciclo anual del sexto septenio de la Tabla del Plan para la Humanidad y orientando pensamientos en común —para quienes siguen sus pasos— marcados por la Meta la “Comunión con el Mundo de las Ideas”.

En honor del gran Pensador que puso la Idea como principio fundador de su visión filosófica, Platón, creemos que es el momento adecuado de retomar uno de sus “diálogos”, el Crátilo, que trata del lenguaje, para considerar su interpretación etimológica, contenida en él, de la palabra ánthropos, ‘hombre’. [1]

Sócrates dice: «(…), ¿acaso el decir no es también una acción? (…) Ahora nombrar —onómázein— es parte del decir (…). El nombre es una herramienta para enseñar y distinguir la esencia ya que es la lanzadera del tejido.» (386b-388c)

Sócrates afirma entonces que, así como la lanzadera al tejer distingue la urdimbre y la trama entrelazándolas de manera coherente, de la misma manera el nombre identifica el objeto, revelando su esencia, la ousía, “lo que es”, en la realidad.

El pensamiento se reitera un poco más adelante: «(…) Afirmamos que la corrección del nombre es la que muestra la esencia del objeto. (…)» (428e)

Esta determinación de la esencia del objeto es entendida por Platón como enseñanza mutuamente implementada entre los hablantes.

Sócrates precisa, con una especie de “juego etimológico” destinado a exaltar el concepto, que es la propia norma natural, que en griego se llama nóm-os, la que crea los nombres —o-nóm-ata– de las cosas— y la que tiene el poder de expresar la “idea” de la cosa en letras y sílabas; en definitiva, es la idea del objeto la que es epónima, ofreciendo el modelo para la corrección de la palabra que la representa y dotándola de dynamis, el poder del sentido, aunque la idea misma permanezca inefable. (388d-390 y 394e)

Tras examinar algunos nombres propios de hombres y dioses de los versos homéricos, ya que la poesía es por naturaleza reveladora —una especie de invocación a las Musas—, Sócrates pasa a considerar los nombres comunes con los que se define a dioses, demonios o semidioses, al héroe, al “hombre”, al alma y al cuerpo.

Es importante señalar que la búsqueda etimológica, la identificación de la esencia/ousía del hombre, se inserta así inmediatamente en una concepción jerárquica de la realidad, ya que el orden de sucesión de las seis categorías mencionadas refleja la visión platónica de la jerarquía de lo viviente, afirmando la primacía ontológica de lo divino. (397c)

Sócrates dice: «(…) mientras que los demás animales no consideran las cosas que ven (ópope), no son conscientes de ellas (anathréi), el hombre fue llamado ánthropos, porque, único entre los seres animados, es consciente (ánathron) de lo que ha visto (ópope). (…)» (399c)

Por lo tanto, es el conocimiento, la conciencia, lo que identifica la esencia del hombre.

Hay otro aspecto importante a destacar, cuando Sócrates observa irónicamente que la “sabiduría divina” (daimonía sophía) que parece haberse apoderado de él al inspirarle la búsqueda de la esencia de los nombres no es demostrable: «(…) Por lo tanto, me parece apropiado hacerlo de esta manera; hoy lo usaremos e investigaremos sobre las otras cosas relacionadas con los nombres, mañana si también te parece conveniente, lo eliminaremos mediante hechizos y nos purificaremos habiendo encontrado alguien que es experto en eliminar ciertas cosas, ya sea sacerdote o sofista. (…)» (396c 3-397a)

La investigación socrática de los nombres en el Crátilo, en definitiva, no se dirige a identificar un método de búsqueda de lo verdadero que muestre su validez en la fundamentación de una episteme o conocimiento científico abierto a ser trascendido por la intuición, como ocurre por ejemplo en el Sofista, o en el Teeteto, o en el Parménides, sino que se desplaza a las fronteras de la poesía, recordada varias veces, y del arte de la adivinación.

Si bien es por tanto vano e impropio evaluar las etimologías de Sócrates con el criterio científico que se elaboraría más de dos milenios después de su época; es importante y bonito reconocer que Platón sentó las bases filosóficas de la investigación etimológica, dado que la palabra ‘etimología’ deriva del griego etymos, ‘verdadero’, ‘real’; el filósofo puso una simiente ideal que se desplegaría siglos después.

De hecho, hasta el siglo XIX no se descubrió un método verificable para identificar las raíces de las palabras, lo que supuso el advenimiento en la historia de la cultura humana de la ciencia de la etimología —del latín etymologia, transliteración del griego etymologia, compuesto de etymon y logia—, que investiga la evolución fonética, morfológica y semántica de los términos a partir del descubrimiento primario de una raíz original, identificada mediante la lingüística comparada. Así comenzó la reconstrucción parcial de la extinta lengua protoindoeuropea a través de sus numerosos herederos históricos, desde las islas del mar de Groenlandia hasta el Turquestán chino.

De este modo, se remonta hasta el punto de la historia de una palabra en el que se descubre que pertenece a una familia de otras palabras, en nuestro caso vástagos del tronco indoeuropeo, por medio de documentos o hipótesis determinables por las leyes fonéticas, teniendo en cuenta también que a veces se han perdido todas las huellas de los eslabones de conexión y la investigación debe mantenerse abierta y sin resolver.

La palabra griega ánthropos ha sido objeto de grandes debates en el pasado, con hipótesis de la más variada etimología, para las que se han escrito miles de páginas.

En aras de la concisión, aquí solo mencionamos dos propuestas, una por sugerente y otra por ser la más acreditada en la actualidad.

La primera la formula el poeta Ovidio, que escribe (Metamorfósis, Libro I, vv. 85-86):

«(…) os homini sublime dedit caelumque videre iussit et erectos ad sidera tollere vultus. (…)» “Dio [el Creador de las cosas] al hombre sublime su rostro y le ordenó que contemplara los cielos y elevara su mirada recta hacia las estrellas.”

Aquí Ovidio expresa libremente en poesía la conexión que reconoce entre tres componentes de la palabra griega ánthropos: aná, ‘en lo alto’; os, ‘ojo’, ‘rostro’; athréo, ‘mirar’. Según esta sugerencia, el hombre es “el que mira hacia arriba”.
La hipótesis más reciente, basada esencialmente en una comparación entre el griego ánthropos y el sánscrito nṛ, términos que significan ambos “hombre”, remonta el origen de la palabra a la raíz indoeuropea *NṚ-, que el lingüista Rendich desglosa así: “procede [/ar] de las Aguas Cósmicas [n]”. En sánscrito, nāra significa el ser humano, y nārī es la mujer. [2] La a inicial se introdujo por razones eufónicas, al igual que el thr medio, mientras que el segundo componente del término deriva, como todo el mundo ha adivinado siempre en el fondo, de la raíz de ops, que significa ‘ojo’, ‘cara’, ‘apariencia’.

Detectamos en el etimónimo *NṚ- dos sonidos primarios de la lengua materna indoeuropea: la raíz n/an, que designa el aliento vital de las Aguas Cósmicas celestes y divinas, la respiración, y también el alma, y la raíz r/ar, que expresa la idea de movimiento para unir, tan fundamental para la denominación del pueblo ar-ario.

Rendich escribe: «(…) Con la raíz an, el griego formó la palabra ánemos, ‘aliento’, ‘viento’, pero hay que atribuir al latín el mérito de haber recordado en las palabras animus ‘ánimo’ y anima ‘alma’ tanto el aspecto material y corpóreo del principio vital [an] de las Aguas [n/na/nā], como su aspecto inmaterial y trascendente. (…)» [3]

Con respecto al tercer componente de ánthropos, -opos, la raíz de mirar es *AKS-, que expresa la idea de “iniciar [un] movimiento curvilíneo [kṣ]: véase el sánscrito akṣi, “ojo”: el griego opsis, “ojo, rostro, visión”. [4]

Según esta investigación etimológica, el hombre es “aquel cuyo rostro procede de las Aguas Cósmicas divinas”, o, con una interpretación igualmente aceptable, “un Aliento divino que tiene visión”.

La lengua griega también desarrolló a partir de la misma raíz la palabra anér, para indicar ‘hombre’, mientras que el latín perdió esa raíz indoeuropea para desarrollar otra, de la que derivaría la palabra homo, de la que es heredero el castellano. [5]

Ya mencionamos en un artículo de hace unos años la raíz de homo, *KṢAM-, que se compone de los siguientes elementos sonoros: ‘estar limitado [m] todo alrededor [kṣ]’, ‘soportar’, ‘suelo’, ‘tierra’.

De este etimónimo derivan el sánscrito kṣam, ‘tierra’, kṣamya, ‘terrestre’; los términos griegos khthón, ‘tierra’, y khthonioi, ‘los espíritus de las profundidades de la tierra’; el latín humus, ‘tierra’, humilis, ‘cercano a la tierra’. [6]

Por tanto, el latín homo transmite la idea de “el que es terrestre”.

La lengua inglesa con man y la alemana con Mann, que indica ‘hombre’, se desarrollaron a partir de otra raíz indoeuropea, *MAN-, de la que el castellano ha tomado la palabra ‘mente’, y el sánscrito la que designa manas, la facultad de pensar: “hombre es el que piensa”.

No nos detendremos en esta raíz, tan importante, porque la hemos tratado varias veces en estas páginas, limitándonos a recordar su resumen, puesto que el Hombre puede interpretarse como la composición entre el sonido M, que expresa la idea de relación, y el sonido AN, que expresa la idea del soplo divino de vida, lo mismo que “alma”, el Hombre puede definirse como la Mente superior, el soplo de Vida (AN) que relaciona (M) los mundos.

En conclusión, podemos sintetizar nuestra reflexión afirmando que las tres palabras examinadas para designar al hombre nos dan perfiles procedentes de tres raíces indoeuropeas diferentes, que aquí intentamos componer en una sola imagen: el hombre es un Soplo divino que tiene visión, habita la Tierra, a través de la Mente ejerce el papel de inteligencia creadora y relaciona los planos de la creación.

Para profundizar en este papel mediador fundamental que se desprende de la investigación etimológica, se puede consultar el documento Humanidad, que ilustra la función del Centro Humano en relación con los otros Centros planetarios, la Jerarquía y Shamballa, y con los Reinos supra y subhumanos.

El principal don del hombre, pues, esa shakti mántrica que es la nota clave de la cuarta Jerarquía humana, de la que es elemento constitutivo ese poder de “nombrar” u “onómázein“, tal como lo define Platón, del que hemos partido, se enmarca en la visión jerárquica de la realidad intuida por ese gran Pensador.

Concluimos con dos reflexiones de Agni Yoga, Comunidad, § 47 y § 215:

«Hay que enseñar a pronunciar los conceptos con respeto. (…) los hombres deben comprender que la palabra es el soporte del pensamiento, que cada palabra es una flecha que lleva el trueno.

La pérdida del verdadero significado de los conceptos ha contribuido en gran medida a la barbarie actual. Los hombres lanzan perlas como si fueran arena. En efecto, ya es hora de sustituir muchas definiciones.

 (…) Cuando el caminante se encuentra en la cima de una colina, ¿no se siente elevado en cuerpo, como si unificara los mundos? En verdad, no la renuncia a la Tierra, sino la capacidad de unificar hace del hombre un creador. (…)»


Notas:

 [*] Hoy, como ocurre a intervalos de unos tres meses, se produce la conjunción heliocéntrica entre Mercurio y Neptuno, asociada a la armonía del lenguaje.

[1] Precisamos que damos una traducción literal de los pasajes citados para transmitir la inmediatez dialógica de los conceptos.

[2] Franco Rendich, Dizionario etimologico comparato delle lingue classiche indoeuropee, Roma 2010, Palombi Editore, p. 217.

[3] Franco Rendich, op. cit., pp. XXXIX-XL

[4] Franco Rendich, op. cit., pp. 18-19

[5] Para ser precisos, la raíz nara en latín no ha desaparecido por completo, pero quedan rastros de ella en algunos nombres propios, por ejemplo, Nero, ‘Nerón’.

[6] Franco Rendich, op. cit., p. 50


 

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