Los Dones del Ciclo anual

Nos encontramos en un momento particular de este Año 6.2 de la Cuadro del Plan, dedicado al “Espacio, al Infinito: las Bases de la Nueva Religión”. En el umbral entre su conclusión y la apertura del próximo ciclo anual, nos sentimos de algún modo interpelados por esta ocasión, dedicándole la reflexión etimosófica prevista hoy.*

Especialmente en este momento de equilibrio y transición, ya tocados por la reverberación de la llama que anima la Meta del próximo año, sentimos que surgen espirales infinitas de los pensamientos que el actual nos ha inspirado y que seguimos nutriendo. Cada uno de nosotros ha captado algunas de ellas, unas más clara y conscientemente que otras, dependiendo de las preguntas que planteamos al Cielo y al Espacio infinito, la comunidad universal de toda Vida, que ha respondido con dones de comprensión, que también son siempre susceptibles de mayor ascensión.

En el crisol del trabajo grupal unido, estos dones se transmutan para formar el tesoro del cáliz común que se ofrecerá como contribución al plan de evolución: «El pensamiento no muere en el espacio, sino que lo recorre a lo largo y ancho. Su expansión no tiene límites, pero nada permanece para siempre en el mismo estado. Si el pensamiento es inviolable, entonces está claro que hay transmutación, y se trata de saber en qué se transmuta. El pensamiento se transmuta en fuego puro. El resultado es un ciclo perfecto. Del fuego brota energía, es decir, pensamiento creador que, a través del horno terrestre, vuelve al fuego. El círculo se cierra y una nueva energía está lista y regenerada para seguir trabajando. Ciclos completos como este pueden ser observados en todo el Universo, pero la evolución del pensamiento es especialmente sublime. (…)» [1]

Así pues, profundicemos primero en la palabra ‘don’, un fruto de ese diálogo con el Cielo al que la Meta del año en curso da una poderosa propulsión. Escuchemos otro pasaje del Agni Yoga [2]:

«La purificación de las religiones es el presupuesto de una nueva relación directa con el mundo espiritual.

El Cristo, el Buda y sus mejores discípulos no utilizaron fórmulas mágicas, sino que actuaron y crearon en perfecta fusión con el espíritu.

Por tanto, en la nueva evolución hay que abandonar los viejos artificios. Recuerden la causa y el efecto. (…)

¿De dónde sacamos la fuerza y la sabiduría? Unidos al Gran Espíritu, conociendo la causa y el motivo, construimos una consecuencia inmediata. Evoquemos a quienes ya han recorrido el gran camino de la comprensión y la responsabilidad personales. Y nuestros llamamientos, a través de miles de manos alzadas, llegan hasta ellos. (…) la unidad mueve los peñascos. Deseando el bien, aceptamos la herencia de los Grandes Portadores del bien. Abrimos el receptáculo del espíritu para recibir sus dones. (…)»

La palabra ‘don’ es tan común y sencilla que pasa desapercibida, pero encierra un matiz excepcional, ya que deriva de la raíz indoeuropea *DĀ-, que, según el lingüista Rendich, se compone de los siguientes elementos sonoros: “efecto de la acción [ā] de la luz [d]”, “dar”, “ofrecer”. Los verbos de la lengua sánscrita – -, griega,  didomi  y latina, dare,  que derivan de esta raíz expresan todos la idea de “ofrenda”. El Lingüista explica que ‘Es la luz [d] del sol la que “da” energía y calor a la vida y “ofrece” alimento a los seres vivos regulando sus ritmos biológicos. De ahí el uso de la consonante d, “luz”, para formar el verbo indoeuropeo “dar”, “ofrecer”. [3]

Los destellos de intuición que experimentamos son, por lo tanto, dones espaciales, verdaderos rayos de luz que contribuyen a los intercambios vitales entre los reinos y los mundos del espacio infinito.

Relacionado con la raíz de ofrenda está también el término sánscrito para el pensamiento religioso, como explica Rendich: «La palabra dhī, “pensamiento religioso”, donde está conectada con la raíz hi “mover [h] hacia delante [ī], es decir, “poner en movimiento”, revela el sentido de “actividad espiritual [hi] de luz [d]”.» [4] Una importante palabra sánscrita que es su descendiente es dhāyna, que significa “meditación” y tiene exactamente la misma raíz que “fe”, a pesar de su apariencia, como se describe en el glosario.

La idea de “don”, así explorada, despliega esencialmente la imagen de la Luz prodigada por la Jerarquía y el enfoque de la cooperación que nosotros, como Discípulo/Servidor planetario, ofrecemos para el desarrollo del Plan.

Recordemos de nuevo que el étimo de la palabra “Discípulo” con la que nos identificamos deriva de la raíz indoeuropea *DIŚ-, compuesta, según F. Rendich, de tres elementos sonoros: “conectando [ś] con el movimiento continuo [i] de la luz [d]”.

Un pasaje del Agni Yoga nos anima [5]:

«Cuando la tensión cósmica es tan elevada, hay que convocar todas las fuerzas en defensa de la Luz. (…) Y cuando las fuerzas están tan reunidas en torno a la Luz, ¿cómo no seguir al Guía? Solo así se es fuerte y victorioso. (…) El pensamiento de la Luz es como la imagen del Maestro.»

Hermana de la idea de “don” es la de “agradecimiento”. De nuevo, escuchemos primero las palabras del Agni Yoga [6]:

«La idea acerca de la gratitud que tienen ustedes es correcta. La mejor forma de gratitud consiste en darse cuenta de la grandeza de la Misión. Tan grande es el Servicio que cada etapa del mismo es ya un logro. (…)»

“Reconocer” deriva de “riconoscente“, participio presente, que también se ha convertido en adjetivo, del verbo “reconocer”, que procede del latín recognoscere, que significaba “reexaminar”, “reconocer”. Antiguamente, el término indicaba “conciencia”, la reconsideración entendida también como “arrepentimiento”; por ejemplo, es en este último sentido que Dante la utiliza en su encuentro con Beatriz en el Purgatorio cuando, en el umbral del Paraíso, lamenta haber apartado de ella sus pensamientos [7]; a medida que evolucionó la lengua, la palabra adquirió el significado predominante de “gratitud”.

Recognosco se compone de dos prefijos y del verbo nosco: re indica acción iterativa o de respuesta, cum indica unión; nosco significa ‘darse cuenta’, ’empezar a conocer’. Deriva de la raíz indoeuropea *JÑĀ-, en la que se identifican los siguientes componentes sonoros: ‘el avance [j] de las Aguas cósmicas [] portadoras de conocimiento’. El sánscrito jñāna, el griego gnôsis, el latín (g)noscentia, todos ellos son términos que significan “conocimiento”, tienen su origen en este étimo. Rendich explica: «Las Aguas, en el curso de su inagotable viaje por el universo, habían podido “conocer” todas las cosas creadas en la tierra y en el cielo. En el Rig-Veda se hace referencia a las Aguas como viduh pṛthivyā janitram “conocen el origen del cielo y de la tierra. (RV, VII, 34,2).» [8]

En la cultura indoeuropea, las Aguas cósmicas eran consideradas “madres”, las generadoras de todas las “cosas móviles e inmóviles de la creación” [9]. Se trata de un concepto muy parecido al de Espacio: la “gratitud” surge de una renovada conciencia de los dones que ofrece el Espacio infinito.

Es una comprensión que se renueva —re— continuamente a través de la unión —cum— de la mente y el corazón, por la que conceptos ya conocidos y familiares se reconocen de un modo más profundo, convirtiéndose en percepciones luminosas que se experimentan por primera vez y que abren el alma a una poderosa y gozosa gratitud hacia lo Alto. Es un proceso de toma de conciencia que se nutre del vínculo con la Jerarquía, similar a la expansión de la conciencia; de hecho, en sánscrito la palabra “conciencia” se desarrolla a partir de la misma raíz exacta, vi-jñāna.

Algunas palabras del Agni Yoga aún nos ayudan a valorar la idea del ‘Don’ y el ‘Reconocimiento’ [10]:

«(…) Sepan sentir la gratitud como un vínculo entre el gozo y la belleza. (…)» [10]

«(…) Mi camino será tu logro. (…) No tengo necesidad de agradecimiento, pero tu gratitud será tu alimento, pues el fuego de la gratitud supera la llama de otras ofrendas. (…)» [11]

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[*] Hoy, como ocurre a intervalos de unos tres meses, se produce la conjunción heliocéntrica entre Mercurio y Neptuno, asociada a la armonía del lenguaje.

[1] Hermandad, § 378.

[2] Ídem, §114.

[3] Franco Rendich, Dizionario Etimologico comparato delle lingue classiche indoeuropee. Indoeuropeo- Sanscrito-Greco-Latino, Palombi Editori, 2010, pp. 153-4

[4] Ídem, p. 137.

[5] Jerarquía, § 114, Agni Yoga.

[6] Mundo del Fuego II, § 465.

[7] Purgatorio, XXXI, vv. 85-87.

[8] Franco Rendich, Dizionario Etimologico comparato delle lingue classiche indoeuropee. Indoeuropeo- Sanscrito-Greco-Latino, Palombi Editori, 2010, pp. 109-110.

[9] Ídem, p. XXXIX

[10] Agni Yoga, § 98, Agni Yoga.

[11] Ídem, § 83.


 

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